El
historiador Daniel Balmaceda nos cuenta, en un artículo publicado el martes 24
de septiembre de 2019 en el diario La Nación, sobre el Pabellón Argentino en la
Exposición Universal de Paris de 1889, que hicimos referencia en una entrada
anterior: Telxíone: El Pabellón Argentino.
Leemos
el artículo de Daniel Balmaceda:
La
construcción que llegó desde París a Retiro en 1894
En
1888, el escritor Eugenio Cambaceres fue comisionado a París con el encargo de
tramitar la participación de la República Argentina al año siguiente, en la
Exposición Universal conmemorativa del centenario de la Revolución Francesa.
Si
bien el delegado no consiguió que le otorgaran seis mil metros cuadrados, sino
mil seiscientos, logró convencer a los organizadores de que la Argentina
armaría un pabellón independiente del resto de las naciones latinoamericanas.
Sería montado en el Campo de Marte, casi al pie de la flamante torre que estaba
construyendo Gustave Eiffel, majestuoso símbolo de la exposición.
La
rebeldía argentina, al querer aislarse del resto de la región, tuvo imitadores.
Finalmente, casi todos los pabellones de las naciones sudamericanas fueron
independientes. Para el proyecto argentino se presentaron veintisiete diseños
que debían cumplir con un requisito fundamental: que la obra fuera desmontable
para que pudiera ser llevada a Buenos Aires, una vez finalizada la exhibición.
Eran tiempos en que se había puesto de moda la combinación de hierro con
vidrio, como así también, las cerámicas y los mosaicos. Por lo tanto, su
desarmado y transporte no sería complicado.
El
arquitecto francés Albert Ballu fue obtuvo la licitación. Proyectó una mole de
hierro y vidrio que alcanzaba los veintitrés metros de altura, exhibía cinco
cúpulas y presentaba cuatro figuras aladas que coronaban las torres de sus
vértices. Aclaremos que Ballú también fue elegido para diseñar el espacio de
Argelia. ¡Ni que se los hubieran asignado por orden alfabético!
Durante
su construcción, un grupo de soldados argentinos concurrieron a montar guardia
en torno de las obras. Fueron escogidos considerando sus buenos antecedentes y
se determinó que se quedaran todo el tiempo que durara la mega exposición que
abrió sus puertas el 6 de mayo. La inauguración oficial de nuestro pabellón
tuvo lugar el 25 de mayo. Ese día, el presidente francés, Sadi Carnot,
concurrió a saludar al anfitrión, el vicepresidente argentino Carlos
Pellegrini. Ambos entraron a la magnífica edificación al son de La Marsellesa.
Debemos
reconocer que las instalaciones que nos representaban tenía una particularidad.
Mientras el resto de la exposición finalizaba a las once de la noche, el Pabellón
Argentino cerraba sus puertas a las seis de la tarde. Esto se debía a que
estaba incompleto y se aprovechaban esas horas para avanzar con su
construcción.
En
el interior se destacaban grandes paneles con valiosas obras de arte, todas de
artistas extranjeros. Tanto en la construcción como en la decoración, no
participaron argentinos. Uno de los sectores estaba decorado con imponentes
retratos de San Martín, Belgrano, Sarmiento, Rivadavia, Moreno, Lavalle,
Dorrego, Paz, Vicente López, Vélez Sarsfield y ¡el delegado Cambaceres! También
se exhibía una cámara frigorífica, clara invitación a que alguien más, además
de Londres, nos comprara carne.
Por
razones de inconsulta y embriaguez, los soldados argentino fueron enviados de
regreso antes del 31 de octubre, que fue el último día de la Exposición
Universal. Se procedió, entonces, a desmontar el pabellón. La situación
económica por la que atravesaba la Argentina hizo que las autoridades
nacionales evaluaran venderlo, pero luego de idas y vueltas se resolvió cumplir
con el plan original.
El
transporte a Buenos Aires se realizó con un buque de bandera argentina, el
Ushuaia, que se encontraba en Liverpool. Excesivamente cargado con unos seis
mil bultos -solo de hierros había seiscientos cincuenta toneladas- acomodados
en trescientos cajones, el barco inició la travesía transoceánica.
Una
tormenta complicada obligó a deshacerse de enormes envoltorios que impedían las
maniobras en la cubierta. Por este motivo, una parte del pabellón fue devorada
por el Atlántico. Entre las pérdidas, figuran los paneles con las pinturas más
valiosas, realizadas por Albert Besnard.
Asimismo,
en esos días, se iba a pique la economía. Cuando desembarcaron las partes del
pabellón, algunas en bastante deterioradas, la única preocupación era dónde
podrían llevarse los hierros y las obras de arte. Fueron depositados en
galpones de la Sociedad Rural de Palermo y allí se mantuvieron por dos años,
empeorando su estado, hasta que se decidió su emplazamiento en Plaza San
Martín, de Retiro, sobre una cuadra hoy inexistente (Arenales, entre Maipú y
Florida), donde hubo cuarteles desde la época de los Granaderos de San Martín.
Dicho espacio era conocido como "la barranca de Maipú".
Se
completó el armado en 1894, gracias a la firma Juan Waldorp y Co. que tomó la
concesión por quince años para realizar allí obras de teatro y conciertos. Pero
no alcanzó a completarse el período porque la sociedad concesionaria quebró.
En
1898, la plaza San Martín fue escenario de una gran exposición nacional y el
pabellón recuperó su función original. Volvió a pasar por un período neutro,
pero fue decisivo en otro sentido: le dio distinción a la zona. Comenzaron a
construirse palacetes y casonas por los alrededores.
En
1910, el año del Centenario, el Pabellón Argentino fue sede de la Exposición de
Bellas Artes. Su éxito fue tal, que la estructura importada de París fue
convertida formalmente en el Museo Nacional de Bellas Artes, a pesar de que el
calor de verano y el frío invernal se hacían sentir en su interior y lo padecían
las telas.
El
histórico edificio vivió su época dorada durante unos veinte años, pero en 1932
se mostraba bastante deteriorado. Fue desarmado en 1933, cuando se resolvió la
ampliación de la plaza San Martín hasta la barranca de la avenida Alem, a
metros de la estación Retiro.
Los
vitraux, las mayólicas y las estructuras metálicas fueron a parar a un depósito
municipal en Austria y la actual Libertador. El Consejo Nacional de Educación
propuso reconstruirlo en Entre Ríos y Constitución, en la zona sur de la
ciudad, pero la iniciativa no tuvo eco. Las partes quedaron en el depósito.
Allí solo eran hierro y paneles. Cuando dos años después se vendió el terreno
público, ya nadie reparó en su pasado.
Las
cuatro figuras aladas de bronce se salvaron y aún hoy adornan rincones de
Buenos Aires en: Crámer y Virrey del Pino, Cabildo y San Isidro, Ristra y
Leguizamón, y la plaza Sudamérica, ubicada en Villa Lugano.
Hace
veinte años, la historiadora Josefina del Solar contó que se había topado con
fragmentos del Pabellón Argentino en el fondo de una casa de Mataderos. Nos
preguntamos qué hubiera sido de la torre Eiffel si nos la hubieran enviado.
Vista norte del Pabellón Argentino - 1930 - (Fuente: La Nación) |
Antiguas edificaciones y el Pabellón Argentino - 1932 - (Fuente: AGN) |
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