En
las primeras materias en la universidad un de los libros obligatorios era: “La
ciencia su método y su filosofía”, del filósofo Mario Bunge, donde más allá de
las críticas, nos permitió entender la importancia de la filosofía en el pensamiento
científico. El diario El País, con motivo de sus 100 años, publica el siguiente
reporataje.
Leemos
en el artículo:
“La filosofía está
pasando por un mal trance, porque no hay pensamiento original”
Cumple
cien años el prolífico pensador argentino, Premio Príncipe de Asturias en 1982
"Estoy
muy bien de salud, gracias". Apenas se cuela un débil hilo de voz al otro
lado del teléfono, que llega desde Montreal (Canadá), donde reside desde hace
más de treinta años. Pero al cabo de unos segundos, cuando Mario Bunge comienza
a responder, queda constancia de que sus palabras siguen siendo firmes y
rotundas a pesar de la fragilidad de su voz centenaria. Bunge, uno de los
científicos hispanohablantes más citados de la historia, nació en el Gran
Buenos Aires el 21 de septiembre 1919. Hace cien años, pero sigue siendo severo
con los filósofos y científicos, a los que ha criticado duramente a lo largo de
todas estas décadas; siempre politizado, siempre combativo, siempre buscando
nuevos retos intelectuales que resolver. Después de publicar cientos de
artículos y docenas de libros renombrados, tras décadas de docencia y
controversias, un Premio Príncipe de Asturias en 1982 (por la influencia
internacional de su filosofía) y más de una veintena de doctorados honoris
causa, al preguntarle cómo se encuentra responde como si no fuera para tanto,
con prisa por recibir la parte difícil del interrogatorio.
Bunge
asegura que no sigue tanto las noticias como antes, cuando devoraba
informativos, pero tiene una forma muy particular de desmentirse a sí mismo de
inmediato. "No estoy muy al tanto de la actualidad, pero una buena noticia
es que John Bolton, un belicista, fue despedido o renunció de la administración
del presidente de EE UU", afirma aliviado sobre una información que se
había conocido unos pocos días antes de realizarse la entrevista telefónica.
"Esa es muy buena noticia porque insistía en ir a la guerra", reitera
Bunge, que repite varias veces durante la conversación esta palabra, guerra,
como quien menciona un demonio al que nadie debería invocar.
"La
política internacional me parece un desastre y los populismos de derecha son
alarmantes" asegura, pero insiste en que la mejor opción es la que
"está contra la guerra, porque es lo peor", como si tuviera presentes
los millares de conflictos que han visto sus ojos azul claro en innumerables
informativos. Pero antes de permitir que el entrevistador repregunte, el sabio
le cierra el camino: "No puedo decir nada inteligente sobre política, no
estoy especializado y todo lo que yo pueda decir ya lo han dicho otros
mejor". No obstante, sigue hablando de política al entender mal una
pregunta por culpa de sus problemas de audición: "De la política argentina
no quiero hablar, he jurado no hablar porque hace más de medio siglo que no
estoy allí y no estoy muy al tanto". Pero continúa: "Lo que sé es que
la gente ha votado en contra de Macri porque Macri estaba empeñado en entregar
lo poco que quedaba del país". Bunge llegó a Montreal en 1966 para dar
clase en la Universidad McGill.
Bunge
sigue trabajando y leyendo, tiene entre manos un libro de ensayos y continúa
reflexionando sobre nacionalismos y sobre ondas gravitatorias. Ahora, por su
cumpleaños, la editorial Laetoli va a publicar los últimos cuatro tomos de su
Tratado de filosofía. Su amplísima formación académica en ciencias y letras,
forjada en la Universidad de La Plata, le permite afear a Heidegger su falta de
claridad o publicar manuales fundamentales sobre el método científico.
Filósofo, matemático, físico nuclear, su voz se cansa, pero recupera el vigor
cuando explica el rompecabezas filosófico que consume buena parte de su energía
actual: los problemas inversos. "Por ejemplo, si usted le pide a alguien
que le diseñe una nueva trampa para ratones, le está proponiendo un problema
inverso que no es ni deductivo ni inductivo, porque va del efecto a la
causa", se divierte explicando. Y continúa: "Es un tipo de problema
muy descuidado por los filósofos. Porque no hay reglas, no hay algoritmos para
resolver un problema inverso. Cuando no hay algoritmos se necesita inteligencia,
se necesita imaginación y proceder por tanteo, ensayo y error". Y termina:
"No parece muy científico, pero esa es la manera en la que se trabaja
habitualmente".
Su
respiración flaquea, se nota cansado al otro lado de la línea, pero sus
opiniones se mantienen robustas. "La filosofía está pasando por un mal
trance, porque no hay pensamiento original, casi todos los profesores de
filosofía lo que hacen es comentar a los filósofos del pasado, no abordan
problemas nuevos, como el que mencioné de los problemas inversos", asegura
Bunge, siempre muy crítico con sus colegas. "Todo el mundo está de acuerdo
en que vivir es intentar resolver problemas. Pero una tarea del filósofo debía
ser analizar el concepto mismo de problema, y no lo hacen. No tengo muchas esperanzas
sobre la filosofía actual", lamenta antes de cargar contra uno de sus
enemigos favoritos, los filósofos que "ignoran la ciencia o incluso la
atacan, los llamados posmodernos".
Pero
la filosofía y la ciencia no pueden pelear entre sí, asegura Bunge. "La
ciencia y la filosofía, de hecho, están unidas. La investigación científica
tiene supuestos filosóficos y consecuencias filosóficas. Por ejemplo, los
experimentos con las ondas gravitatorias muestran que el espacio es material,
puesto que el espacio puede arrugarse y cambiar, es algo material, no
matemático. Otro componente filosófico de la ciencia es el respeto por la
verdad, por ejemplo, que es un mandamiento moral o ético para los
científicos", explica el pensador. Aunque se muestra de nuevo pesimista
porque hemos "llegado a un punto en el que la verdad no importa y solo
importa el éxito".
Edición
genética, inteligencia artificial, física de partículas... ¿cree Bunge, desde
su perspectiva de cien años, que se está acelerando el avance científico en nuestros
días? "No sabemos medir la velocidad de la ciencia, pero lo que sí sabemos
es que los recortes a los gastos científicos equivalen a recortes del cerebro y
benefician solo a los políticos que medran con la ignorancia".
Una
de esas ciencias que están progresando, y cuyos avances interesan al filósofo
son las neurociencias. No en vano una de sus cuatro hijos, Silvia Bunge,
investiga en ese campo en su puesto de la Universidad de California en
Berkeley, desde donde le mantiene al corriente de las novedades. "Las
neurociencias están desplazando a la psicología, porque explican lo que antes
solamente se podía describir", explica. "Sirven para desmentir ideas
que muchas veces damos por sentadas. Por ejemplo muchos economistas daban por
sentado que los seres humanos somos perezosos por naturaleza, pero un
experimento muy interesante demostró que la gente que no hace nada sufre:
prefiere trabajar a quedarse sin hacer nada, de modo que refutó uno de los
axiomas tácitos de la teoría económica dominante", asegura. Y matiza:
"Preferimos trabajar si podemos. No somos naturalmente perezosos, pero
tampoco nos gusta el trabajo forzado, claro, eso es otra cosa", matiza.
Bunge
suele atacar a los economistas y sus postulados como quien habla de la
homeopatía, una vulgar pseudociencia sin base científica. "Las
pseudociencias son muy populares porque no exigen investigación científica,
pero son realmente peligrosas. La medicina es limitada, pero las
pseudomedicinas, y los que dan malos consejos y dejan que la enfermedad se
desarrolle mientras dan agüitas de colores, son un peligro". "Pero
también son peligrosas las pseudociencias sociales", vuelve a la carga,
"como los economistas que asesoran a gobiernos que pretenden resolver
problemas económicos tomando préstamos que van a pesar sobre varias
generaciones. O los asesores que aconsejan austeridad, cuando lo que hay que
hacer es gastar en productos útiles". Bunge siempre ha considerado que las
pseudociencias más peligrosas son las que se alían con el poder político.
Bunge
cree que el problema de las pseudociencias "en parte es culpa de los
científicos porque escriben para los colegas, no escriben para el pueblo".
"Deberían escribir algunos papers [artículos científicos] para los colegas
y otros de divulgación: Einstein escribía para el pueblo y Galileo también
escribía para que le entendiera todo el mundo". "Y también hacen
falta periodistas científicos que se informen antes de escribir", señala
el filósofo, que tiene una ración de riña para todo el mundo.
Mantiene
un vigor intelectual envidiable a su edad, pero ¿esperaba vivir 100 años?
"Mientras residí en mi patria no imaginé que alcanzaría a cumplir un
siglo, o siquiera a dormir una noche entera", asegura, "porque allá
la vida dependía de la policía". "Aquí, donde no temo a los
policíacos, no se piensa lúgubremente", afirma el pensador. "Pero
sabemos que la longevidad, aunque depende del estilo de vida, también depende
de la suerte. Yo he tenido mucha buena suerte".
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