Hombre de pocas palabras y grandes silencios
—descreido, tal como puso de manifiesto en su obra, de las capacidades
comunicativas del lenguaje—, el pintor Edward Hopper (1882-1967) quizá sea uno
de los artistas con la sombra más alargada del siglo XX. La huella de Hopper
puede aparecer en una película de Win Wenders, un disco de Tom Waits, un
episodio de los Simpson o CSI, una gira de Madonna, un videojuego japonés y,
desde luego, en centenares de cuadros de artistas de los últimos treinta años.
Pintó poco (366 óleos) y hasta los cuarenta años
vivió con la angustia de no encontrar qué transmitir. “Es muy duro decidir qué
quiero pintar. Tardó meses en encontrar el tema. Todo llega muy lento“,
escribió por entonces.
Sus dramáticos y a la vez bellísimos cuadros,
bosquejos de una realidad en tensión, tardaron en ser estimados, como si Hopper
pintase para el público que le aguardaba en el futuro.
Edward Hopper |
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