Hoy volvemos a presentar un artículo sobre la Inteligencia Artificial, donde su autor Ernesto Martelli reflexiona, como lo han hecho otros periodistas, académicos y científicos sobre el impacto que la misma está produciendo en nuestras sociedades, publicado en La Nación Revista, leemos en el artículo:
Sólo les falta sentir cariño. Los avances de la Inteligencia Artificial reeditan la pregunta: ¿Triunfarán las máquinas?
[PROMPT] ¡Hola! ¿Por qué crees que los humanos creamos inteligencias artificiales? ¿Para qué las necesitamos?
ChatGPT: ¡Hola! Los humanos creamos inteligencias artificiales (IA) por varias razones. Una de las principales es la capacidad de la IA para procesar grandes cantidades de datos y realizar tareas complejas de manera más rápida y eficiente que los seres humanos. Otra razón es que la IA puede ayudar a resolver problemas complejos que son difíciles de abordar con métodos tradicionales. Por ejemplo, la IA se utiliza en campos como la medicina, la ingeniería, la física y la biología para analizar grandes conjuntos de datos y encontrar patrones y relaciones que los humanos podrían pasar por alto.
Minutos después:
[PROMPT] ¡Hola! ¿Por qué crees que los humanos creamos inteligencias artificiales? ¿Para qué las necesitamos?
ChatGPT: ¡Hola! Los humanos creamos inteligencias artificiales por diversas razones, pero principalmente para ayudarnos a resolver problemas y mejorar nuestra calidad de vida. Algunas de las razones más comunes incluyen:
Automatización de tareas: Las inteligencias artificiales pueden automatizar tareas repetitivas y rutinarias, lo que ahorra tiempo y reduce el error humano.
Análisis de datos: Las inteligencias artificiales pueden analizar grandes cantidades de datos y encontrar patrones y tendencias que los humanos pueden pasar por alto.
Predicción y pronóstico: Las inteligencias artificiales pueden predecir y pronosticar resultados futuros en una variedad de campos, desde finanzas hasta medicina.
Asistencia personal: Las inteligencias artificiales pueden actuar como asistentes personales, ayudando a las personas a administrar su tiempo, organizar sus tareas y tomar decisiones informadas.
Entretenimiento: Las inteligencias artificiales también pueden ser utilizadas para crear juegos y experiencias de entretenimiento interactivas. En general, las inteligencias artificiales nos ayudan a automatizar tareas, aumentar nuestra eficiencia, mejorar nuestra precisión y tomar decisiones informadas. A medida que la tecnología avanza, es probable que surjan nuevas aplicaciones y beneficios de las inteligencias artificiales.
Ambas respuestas fueron dadas en cuestión de segundos por la misma herramienta, ChatGPT. Se trata del software estrella del momento, la aplicación de más rápida adopción en la historia de la tecnología reciente: superó los 100 millones de usuarios en apenas dos meses, desde su impactante lanzamiento en noviembre pasado. La aplicación –un servicio que funciona desde una página web con consultas gratuitas limitadas– fue creada por OpenAI, empresa nacida sin fines de lucro en 2015 a instancias de Elon Musk (el intrépido magnate creador de los autos eléctricos Tesla, hoy dueño de Twitter y la segunda mayor fortuna personal del planeta), Peter Thiel (creador de PayPal, y fuerte inversor en Facebook y otras tecnológicas de Silicon Valley) y su actual CEO, Sam Altman, entre otros.
Hoy, gracias a este ChatGPT, a la herramienta de creación de imágenes Dall-E y a otros servicios se ubicó en el lugar más visible de la masiva adopción de la llamada inteligencia artificial, un asunto que desvela a la humanidad hace décadas o siglos, según como se lo defina.
La empresa anunció un acuerdo con Microsoft y lanzaron, en conjunto, una integración de esta IA al buscador Bing: el resultado, a nivel financiero y mediático, fue de tal impacto que conmovió el imperio de Google alrededor de las búsquedas, golpeó su cotización y aceleró sus anuncios sobre el tema. La información sucede a velocidad de vértigo: al cierre de esta edición, OpenAI develó Whisper (susurro), una herramienta de voz-a-texto que permite operar de manera oral. Otro salto.
De las respuestas citadas al comienzo de esta nota, y ofrecidas de manera instantánea por ChatGPT, pueden sorprendernos varias cosas: el contraste entre la generalidad de la primera devolución a la definición a través de casos de uso de la segunda. Su articulación en impecable castellano. O, también, su decisión de usar la primera persona del plural para hablar de los humanos. Desde ya, no le adjudicaremos intención, pero podemos presumir de nuestra interpretación antropocéntrica: ¿quiénes sino los humanos querríamos crear entidades superhumanas o con capacidades humanas expandidas?
La pregunta sobre las motivaciones, el alcance y las consecuencias del desarrollo científico de estas capacidades que genéricamente se consideran inteligencia artificial y que vincula diferentes campos de la matemática, la ingeniería y la programación, es la que hoy actualiza un debate filosófico, ético y cultural histórico.
El revuelo es mediático, pero entre los expertos en tecnologías de información, ciencias de la computación y matemáticos hubo menos sorpresa, aunque no menos estupor. ¿Asistimos a un cambio de qué magnitud en nuestra relación con la tecnología? La popularización del uso habilitó cuestionamientos iguales o más inquietantes: ¿Qué tareas dejaremos de hacer los humanos? ¿Podremos trasladar a estos robots otras habilidades de nuestra especie o podrán adquirirlas de manera autónoma? En la frontera entre los avances científicos y las especulaciones nacidas de la ficción, ¿se abre una nueva etapa en la relación hombre-máquina?
La personalización de las criaturas tecnológicas es un viejo asunto literario y cinematográfico. Desde lo monstruoso de Frankenstein (Mary Shelley, a comienzos del siglo XIX) a los dilemas éticos Hall-9000, la computadora central de 2001: Odisea del espacio (de Arthur C. Clarke, adaptada al cine por Stanley Kubrick en 1968) o R2D2 y C3PO (Star Wars). En muchos casos, sus rasgos antropomórficos, su apariencia los convertían en androides; en otros, como en Her, el film de Spike Jonze, es apenas una voz de asistente que entabla una relación estrecha con el protagonista.
Antecedentes
Durante 2022, en los procesos de investigación y testeo previos a lanzamientos de usos comerciales, la historia de Blake Lemoine, un ingeniero investigador de LaMDA (modelo de lenguaje de Google) se convirtió en cuento fantástico: sostuvo que, tras mantener horas de diálogo con el chatbot, creyó estar ante una entidad consciente, algo ingenua, pero con pretensión de madurez. “Parecía un chico de 8 años”. Su caso, por tratarse de un investigador de élite, se volvió significativo.
“Hay que tener en cuenta que IA se está difundiendo y empezando a utilizar en variedad de ámbitos, pero la parte conceptual y las metodologías vienen de hace décadas. El chatbot Eliza del MIT y las primeras redes neuronales, que son la base del ChatGPT, nacieron en la década del 60”, explica Marcela Riccillo, doctora de Ciencias de la Computación y experta en Robótica. “Estos chatbots generativos actuales solo arman estructuras de texto consistentes como si fueran rompecabezas, pero no necesariamente con sentido. No entienden ni sienten, no tienen experiencia. Sigue siendo necesario el trato con humano que siente cariño, comprensión, sentido común”.
Entre estas entidades asistenciales (a la que nos acostumbramos de manera casi cotidiana) y los anuncios ominosos sobre sistemas que toman autonomía para autogobernarse, hay fantasías estimuladas por la ficción, pero también discursos que exageran sus capacidades promocionados por empresas tecnológicas.
“El riesgo que veo hoy es la personalizar un software. Es una idea conceptualmente equivocada, no hay conciencia: es una interfaz con un sistema enorme. Y eso no es un tema psicológico o filosófico, es empresarial, legal”, postula Marcelo Rinesi, uno de los más profundos analistas y expertos en inteligencia artificial y ciencias de datos argentinos que trabajó para las industrias de los videojuegos y también de la salud. “Lo que sí hay, y se emparenta con el cine y con la literatura, es una suspensión del descreer. Sabemos que no es, pero necesitamos operar creyendo. Más allá del animismo, le transferimos atributos de persona. Si queremos asignarles rasgos de persona a estas entidades deberíamos considerarlas psicópatas o sociópatas. No como un juicio de valor, sino por su característica: no son consistentes en su comportamiento ético, el software no tiene ética”.
La perspectiva de Rinesi, además de volvernos sobre la responsabilidad humana y empresaria, trae la definición de características que consideramos humanas como la “inteligencia”: “Hay una asunción desde que tenemos computadoras de que si realizan tal o cual tarea pueden ser consideradas inteligentes. Son hitos científicos cualitativos, testeos que cambian década a década… Como ganarle al ajedrez a un principiante o a un experto”.
El hito de hoy, entonces, es sostener una comunicación fluida. El impacto cultural al que asistimos (enormes modelos de lenguaje que dialogan ante estímulos llamados prompt o dan respuestas en forma de imágenes nuevas procesando consultas de usuarios) es, para Rinesi, mayor que el hito científico. Sobre lo artificial, busca la analogía en el cine y sus efectos especiales: “Todos sabíamos que no era posible que hubiera humanos y dinosaurios juntos, pero al ver Jurassic Park el shock realista fue tremendo”. Y, como experto, pone en perspectiva los verdaderos avances: “Que sea superhumana es lo importante. Combinaciones de software, matemática y conocimiento que logran procesos más rápidos y eficientes. No es lo mismo un software que responde como humano que uno que hace lo que el humano no podría hacer por escala y complejidad”. Esa definición, a su vez, habilita otras preguntas: ¿nos atemoriza más la primera función o la segunda?
El debate se ubica en la frontera del conocimiento que, además es dinámica dentro del campo científico. La utilización de inteligencias artificiales en definitiva se parece más a la creación del laboratorio que a la del microscopio, es una tecnología, sugiere Rinesi, que permite acelerar el conocimiento. Y allí se abre otra de las inquietudes generales, sobre la magnitud o el impacto de la adopción de estas tecnologías. Podríamos decir: cuando Gutenberg impuso la imprenta de tipos móviles estaba buscando velocidad y eficiencia para, en su caso, imprimir biblias. No pensaba en el reemplazo de la función social de los escribas ni en la revolución de conocimiento que trajo el libro a escala masiva para la especie humana. No era, tampoco, una gran proeza ingenieril y otros contemporáneos llegaron a soluciones similares.
Desde la ciencia el asunto se vuelve más espectacular y fascinante: “Que reemplace a las personas es un temor que surge de la sobrepersonalización. Estamos ante la posibilidad de tener laboratorios superinteligentes donde el software no reemplaza al científico, sino que permite integrar capacidades sobrehumanas”, apura Rinesi. Eso ya sucede en campos más dinámicos que la producción cultural de notas periodísticas o videos falsos, como pueden ser la física o la bioquímica. “Este es el impacto más transformador. Turing, que es el Newton de las ciencias computacionales, diseñó el famoso test para diferenciar humanos de robots, pero esa es una frontera cultural que va cambiando. Lo importante no es que el software maneje de manera autónoma o juegue al ajedrez; es que acelere el diseño de producción de conocimientos. Eso genera menos temores y es más profundo”.
Temores, fantasías, ciencia y ficción. Los territorios entre el laboratorio, las creaciones literarias y las aplicaciones técnicas concretas aparecen hoy demasiado mezclados. Un curioso pasatiempo lúdico online proponía, días atrás, identificar si la frase “sé por qué llorás, pero es algo que yo jamás haré” pertenecía a la criatura Terminator, el ciborg temible y musculoso personificado por Arnold Schwarzenegger, o a ChatGPT, pretendiendo hablar como él.
Desde la más avanzada experiencia en IA, el doctor en Computer Science en Rutgers e investigador en neurociencias en Princeton, el argentino Carlos Greg Diuk responde más como fanático y experto del asunto que como Investigador en Ciencias Computacionales en Meta (Facebook), rol que ejerce profesionalmente hace una década: “Mucho del impulso de la IA ha sido por una inquietud genuinamente científica e intelectual, que genera fascinación porque toca preguntas fundamentales como qué es ser humano, qué es la conciencia, qué es la inteligencia. No es casual que haya tanta ficción alrededor de IA. Pero durante décadas los avances estuvieron lejos de las aplicaciones comerciales. Muchas grandes aplicaciones de IA no despiertan las mismas fantasías: pienso en los sistemas de recomendación de películas o de shopping, el rankeo de contenidos de los buscadores o redes sociales… No quiero desmerecer a ChatGPT, que arma tres párrafos pseudocoherentes, pero desde hace dos décadas Google te tira las diez páginas más relevantes de un tema y ya nadie dice wow, ¡inteligencia artificial general!”
El asunto de los buscadores (entre ellos Google, con su integración Bard, anunciada hace semanas por su CEO Sundar Pichai, y el nuevo lanzamiento conjunto de Microsoft Bing junto a OpenAI) puso el foco nuevamente en las empresas: la carrera por la IA es también una carrera por el posicionamiento, las expectativas y las inversiones que permitan financiar estos costosos experimentos. “Necesitás cifras que ningún investigador académico puede tener; por eso son las están haciendo las grandes empresas de internet. Así que la empresa u objetivo científico humano está mucho más mezclado con lo comercial”, cierra Diuk.
La proliferación y el uso de estos softwares basados en IA para crear imágenes o textos, hacer resúmenes o exámenes escolares, incluso crear códigos en lenguajes de programación avanzados, es cierto, elevó la preocupación por el reemplazo, una vez más, de tareas humanas. Sobre todo, en aquellas disciplinas creativas que se ubican dentro del cuadrante de inteligentes, así como reaccionaron los obreros ante el reemplazo maquinal de tareas manuales en plena revolución industrial.
“Uno de los principales desafíos que presenta la IA, desde el surgimiento de esta tecnología, es romper con la idea de que triunfarán las máquinas por sobre la humanidad. Parece un guion de ciencia ficción, pero hay discursos que fomentan esa rivalidad. Aunque parezca contradictorio creo que en realidad realzan la importancia de cultivar nuestras características verdaderamente humanas”, apunta Patricia Pomies, líder de operaciones de Globant, con experiencia en educación, en sinergia con las principales áreas del unicornio nacido en la Argentina y que diseña software en un standard global y ya emplea 27.000 personas. “El uso de IA tiene un enorme potencial que ya está haciendo aplicado en sectores como el logístico, sanitario, biofarmacéutico. Desde Globant lanzamos recientemente GeneXus, que permite usar lenguaje natural o bocetos para crear software más rápidamente. Pero también nos enfocamos en las habilidades blandas a la hora de buscar talento”.
La adopción veloz de ChatGPT trajo además un cambio cultural, simbólico. La interfaz conversacional y el lenguaje natural o las imágenes, según los usos, están al alcence de todos. Es un signo que muchos analistas comparan con la hoy arquelógica aparición del espacio a llenar en el buscador, la cajita blanca donde colocamos nuestra query a Google. Apenas tiene 25 años de vida y cambió nuestra relación con la información. No fue el primero; se impuso como el mejor. Ahora, el prompt es decir las indicaciones de nuestra solicitud, y el modelo de conversación, pese a ser una tecnología de aplicación, digamos, sencilla, parece haber invitado a la prueba, a la interacción y a la sorpresa.
“¿Para qué construimos inteligencia? Para generar predicciones, y se vuelven cada vez más acertadas. ChatGPT no ve números ni letras, por fuerza bruta predice la respuesta más adecuada. Dentro del mundo del software yo no soy del palo machine learning ni AI, aunque hace 15 años hacía natural language processing. La combinación de redes neuronales y procesamiento de matrices detrás de GPT y de casi todos los productos actuales es el llamado Transformer: lo que lo hace tan potente es su memoria casi infinita de las secuencias. Surge de un paper de hace unos años llamado All you need is attention y el resultado es fascinante, escalofriante. La idea del asistente robótico permite una diversidad de aplicaciones de la que apenas estamos viendo el comienzo”, detalla Santiago Siri, ahora en España, el programador, emprendedor tech y fundandor de Democracy Earth Foundation y promotor de una renta básica universal basada en la criptomoneda UBI. “El arte de hacer software cambia radicalmente: hay que entrenar, entrenar con datos. Estamos ante un salto tan potente como fue, para mí, descubrir Bitcoin, o incluso la aparición de internet. Esto lo cambia todo. Yo estoy escribiendo mi libro ahora y cuando me trabo, o tengo que dar una explicación, recurro a ChatGPT y le digo que me arme una cita de Milton Fridman o Hayek sobre ingreso básico universal… La mitad de las startups de Y Combinator de este año construyen machine learning así que se vendrá una explosión de esto”, agrega. La referencia a Y Combinator, una suerte de liga mundial, de élite de los proyectos de vanguardia que obtienen financiamiento en Silicon Valley, no es casual: Siri estuvo allí la década pasada, cuando el presidente de esa organización era Sam Altman, actual CEO estrella de OpenAI. “Es un tipo muy particular, medio robótico; por su estilo él es una IA en algún punto. Muy correcto, muy serio, pero también un party animal. Un tipo que te escucha y te habla en una reunión mientras contesta mails por teléfono; un multitasker a otro nivel. Para mí hay dos titanes de esta época, los Steve Jobs y Bill Gates: son Vitalik Buterin, desde crypto, y Sam Altman, desde IA”.
Desde su cuenta de Twitter, Altman es un participante activo del debate público sobre los alcances de IA. En los últimos días, además de hacer anuncios de OpenAI o de relativizar la potencia computacional del inminente lanzamiento de la evolución llamada GPT4 (que se espera muy pronto), deja máximas con algún ánimo provocador. En lugar de defender la inteligencia artificial, apunta desde su área de conocimiento: “Los modelos de lenguaje están programados solamente para predecir la próxima palabra adecuada, es cierto, pero eso no los vuelve unos burros. Los animales, incluidos nosotros, solo estamos programados para sobrevivir y reproducirnos, y sin embargo de allí mismo provienen cosas tan hermosas y complejas”. O afirmaciones contundentes del tipo: Una nueva versión de la ley de Moore comienza pronto: la cantidad de inteligencia en el universo se duplica cada 18 meses. O mejor, sobre las motivaciones del campo científico: El modo adecuado de entender la historia de la tecnología no es separarla en grandes etapas, sino en una gran revolución continua generada por la capacidad y el deseo de generar conocimiento.
Hace exactamente un siglo, en los primeros y locos años 20 del 1900, André Breton junto a varios colegas, en Francia, postulaba el surrealismo como práctica y manifiesto de la escritura y el arte: buscar el fluir de la inconsciencia mediante técnicas que permitan liberar esa potencia. Entre sus modelos, el cadáver exquisito, traía un aspecto lúdico de colaboración entre autores que permitía una expresión de autoría colectiva. En otros experimentos, Bretón buscaba lo que expresaría en el Manifiesto surrealista: la escritura automática como potencia creativa.
En el comienzo de la década de los locos años 20 de este siglo XXI, Jorge Carrión prueba el camino de la escritura automática a la automatizada, y evoca aquellas vanguardias desde la frontera tecnológica. El ejercicio, teórico y práctico, llevado adelante por el académico catalán junto al Taller Estampa durante dos años se vuelca en el libro Los campos electromagnéticos que se lanza en estos días (Caja Negra, marzo 2023). Su colaboración ahora era con los softwares GPT-2 y GPT-3, antecedentes del actual ChatGPT, y los desarrollos de personalización del lenguaje mediante diferentes instrucciones. El experimento vincula la curiosidad académica y científica con la producción de lenguaje y obras literarias de vanguardia. “Ahora llegó la etapa conversacional. Es fascinante que ese sea el mecanismo de popularización de los modelos de lenguaje natural, que se hayan vuelto masivos gracias a ese giro conversacional. Eso ya lo habíamos probado en los asistentes y bots de atención al cliente, pero acá hay algo más profundo; Siri o Alexa responden a la necesidad de conversar, dialogar, para escapar de la soledad”, explica Carrión. Recién después, claro, vienen los juicios de valor: ¿es buena o mejor literatura? ¿Es verdad lo que me contesta la máquina? ¿Tiene sesgos? Seguro, pero ¿cuáles?
Desde la escritura o el ábaco, las tecnologías de codificación y cálculo nos dirigían hacia el momento presente. Es la tesis que Carrión despliega en su libro Membrana (Galaxia Gutenberg, 2021): “Allí las narradoras nos recuerdan que la cultura siempre ha sido tecnocultura. El giro en estos momentos es entre la inteligencia asistencial y la artificial. Es un momento fascinante. Yo como no soy experto en el tema lo abordo desde la perspectiva surrealista. Y como generadores de texto surreal son ya casi tan brillantes como los humanos”. El aporte y experimento de Carrión, obsesivo seguidor de la producción cultural y sus signos, enriquece el fenómeno desde la ficción. Y participa del ciclo presente que rodea a la IA en su conjunto por fuera de los laboratorios y que se expresa en emociones complejamente humanas: sorpresa por la proeza, entusiasmo inicial, desconfianza, temores… “Llevamos décadas imaginando el diálogo con estas máquinas. 2001, Cortocircuito, Her, ExMachina, y de pronto la fantasía se hace realidad y durante unas semanas al menos, hasta que el sistema ha colapsado, cualquiera ha podido sostener su propia conversación. Una fantasía textual hecha realidad”.
“El tema entró”, sostiene a modo de conclusión el analista y autor Guillermo Oliveto. Experto en análisis de consumo y tendencias, en noviembre de 2022 publicó un libro titulado Humanidad ampliada (Planeta), en el que justamente registra estos cambios desde aspectos psicológicos y tecnológicos con el pulso de la pospandemia y aventura futuros posibles. En el contexto de los años locos del siglo XX y XXI, allí se lee: “El auge de la inteligencia artificial coincide con una sociedad que está de brazos caídos y que luego de tanto dolor ansía desesperadamente una dosis de bienestar. La conclusión que luce más precisa es ver a la inteligencia humana y artificial como entidades complementarias, un socio estratégico que nos permita potenciar nuestra condición.
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