Este cuento de Roberto Fontanarrosa (1944 - 2007) se publicó en el libro Te digo más y otros cuentos (2001) de donde se extrajeron varios cuentos para representar en teatro o en cortos de televisión. Te digo más, que le da título al libro es uno de esos cuentos.
"El Negro" decía de sí:
De mí se dirá posiblemente que soy un escritor cómico, a lo sumo. Y será cierto. No me interesa demasiado la definición que se haga de mí. No aspiro al Nobel de Literatura. Yo me doy por muy bien pagado cuando alguien se me acerca y me dice: me cagué de risa con tu libro.Roberto Fontanarrosa
Te digo más
Te
conté la del Gordo Luis cuando hizo de Papá Noel? Es mundial la del Gordo Luis
cuando hizo de Papá Noel.
Casi se
convierte en otra víctima del imperialismo salvaje el pobre Gordo. Del
colonialismo, por decirlo de otra manera. Porque, decime vos, qué carajo tiene
que ver con nosotros y con nuestras costumbres el Papá Noel. ¿Quién le dio
chapa al Papá Noel? Un tipo vestido para la nieve, abrigado como para ir a la
Antártida, en un trineo tirado por renos. ¡Renos, mi querido! ¿Cuándo mierda
hemos visto un reno nosotros? ¿Alguna vez te fuiste a Buenos Aires en auto y
viste al costado del camino un reno morfando pasto debajo de un árbol?
Pero el
pobre Gordo casi la palma con esa historia... ¿No te conté la del Gordo Luis?
Porque se la cuento a todos. Fue hace como quince años. El Gordo estaba en la
lona total. Pero en la lona lona, no tenía un mango partido por la mitad, lo
habían despedido de la proveeduría donde laburaba y lo ponías cabeza abajo y no
le caía una moneda. Para colmo, se venían las fiestas y algo había que comprar
para poner arriba de la mesa el 24 a la noche.
El
Gordo tiene dos pibes que eran muy chiquitos en ese entonces y a esa edad a los
pendejos no les vas a andar explicando el fato del FMI, la tecnología que
reemplaza a los trabajadores y todas esas pelotudeces.
La
cuestión es que empezó a buscar laburo, alguna changa, cualquier cosa, trabajar
de lo que fuera. Primero empezó por su barrio, con los amigos y conocidos, ahí
por Mendoza al fondo. Ya después entró a andar por cualquier lado para
conseguir algo.
Y
resulta que en el barrio Echesortu, una vieja que tenía una casa bastante
grande de electrodomésticos le ofrece disfrazarse de Papá Noel y repartir
caramelos a los chicos en la puerta para promocionar su negocio. Lo de siempre.
Le tiraba unos mangos, por supuesto, que al Gordo le venían bastante bien. Y
ahí fue el Luis, che.
Ahora,
imaginate la escena, porque estamos hablando de Rosario, Capital de los
Cereales, ubicada a orillas del anchuroso río Paraná.
El
Gordo Luis, tenés que pensar en un tipo arriba de los cien kilos, fácil fácil
debe andar por los 120, porque es alto, grandote, Luis.
Y te
digo que resultaba perfecto para Papá Noel porque el Luis es más bueno que
Lassie, nunca lo he visto enojado al Gordo, es un pan de Dios.
Pero
tenés que tener en cuenta una cosa ineludible. Rosario... pleno verano...
mediodía, un sol de la puta madre que lo reparió, algo así como 83 grados a la
sombra, y ese gordo metido adentro de un traje de Papá Noel con una tela tipo
felpa así de gruesa, así de gruesa no te miento, gorro, barba de algodón,
bigotes, botas y guantes.
¡Guantes!
Porque la vieja era una vieja hinchapelotas, conservadora, que quería que el
Gordo se pareciera exactamente a Papá Noel y que se vistiera todo como
correspondía, el pobre Gordo.
¿Viste
que hay veces en que tipos hacen de Papá Noel pero sin guantes y hasta a veces
sin barba, o pendejas jovencitas vestidas de colorado pero con polleritas
cortonas, tipo minifaldas, y las gambas al aire así están más frescas?
Pero
claro, el Gordo Luis era perfecto para hacer de Papá Noel y por eso se le
ocurrió eso a esa vieja hija de puta. Porque lo vio al Gordo gordo y con esos
cachetitos medio coloradones que tiene el tipo, el personaje, Santa Claus.
Hasta
la voz media ronca tiene Luis... ¿viste que Papá Noel se ríe siempre con esa
risa ronca? Jo, jo. Hasta eso tiene Luis, la voz ronca.
Jo, jo,
jo... Pero vuelvo al tema. Doce del mediodía, pleno diciembre, un sol que
rajaba la tierra, un calor infernal, los pajaritos que se caían muertos al piso
por la canícula, se venían en baranda y se desnucaban contra la vereda... y el
Gordo ahí, che, con el traje de lana gruesa, barba y bigote, sacudiendo una
campana de papel maché o algo así y dándoles caramelos a los chicos que se
juntaban para verlo.
A los
quince minutos, a los quince minutos te juro, el traje del Gordo ya no era
colorado... ¿viste que esos trajes son colorado medio clarito? Bueno, era
violeta, violeta era, por la transpiración a chorros que largaba el Gordo. Pero
no un pedazo, alguna zona del traje, no. Ni tampoco era solamente debajo de los
brazos o arriba de la zapán que es donde uno transpira más, no.
Era
todo, completo, íntegro. Al Gordo le corrían ríos de sudor sobre la piel, ríos,
torrentes que le empapaban acá, acá, acá, las ingles, las pelotas, las
pantorrillas, ríos que le inundaban las botas, por ejemplo. Me contaba después
-porque todo esto me lo contó él mismo- que sentía las botas llenas de agua,
como si las hubiera metido en un balde de agua caliente, le chapoteaban. Todo
alrededor, no te miento, todo alrededor, en el piso, en un diámetro de ocho
metros más o menos en torno al Gordo, parecía que habían baldeado. Toda la
vereda mojada, de lo que chivaba el Gordo, se le saltaban los goterones de la
cabeza, parecía las Aguas Danzantes el Gordo, imaginate.
Te digo
que era ya un espectáculo grotesco, lamentable, pero Luis le seguía metiendo
voluntad, le ponía ganas, caminaba de un lado al otro, se reía, llamaba a los
chicos.
En eso,
una vecina, una vieja de esas que nunca faltan, que están al reverendo pedo
como bocina de avión, que vivía a unas dos puertas del negocio de
electrodomésticos, sale a la puerta y lo ve al Gordo. O escuchó el griterío de
los chicos y salió a ver que pasaba. Lo ve al Gordo y se apiada de él...
¿Viste? Esas viejas comedidas, bienintencionadas, chuecas, que caminan medio
encorvadas, que les cuesta moverse pero que rompen las pelotas permanentemente,
un cuete la vieja, una ladilla.
Se
manda para adentro de nuevo la vieja, flaquita ¿viste? Bajita, canosa con un
rodete y aparece al rato con una jarra así de grande, pero así de grande, con
un líquido amarillento que parecía limonada, lleno de hielo. Transpiraba de
fría la jarra. Y se la ofrece al Gordo, che.
El
Gordo medio le dice que no, que no se hubiera molestado, que no puede desatender
su trabajo pero, en definitiva, la acepta, lógicamente.
Además,
los hijos de mil putas del negocio de electrodomésticos no le habían alcanzado
ni un vaso de agua al Gordo. ¡Ni un vaso de agua siquiera! Después hablan de
los norteamericanos. Nosotros somos tan hijos de puta como ellos para explotar
a la gente. Lo que pasaba también es que a esa hora había quedado un solo
encargado en el negocio. La vieja que contrató a Luis tenía como cinco negocios
por otras partes de la ciudad y andaba de recorrida; y el otro empleado que
laburaba ahí se había quedado en el fondo del local, rascándose las bolas
debajo del único ventilador de techo que tenían esos miserables.
La
cuestión es que la vecina saca un banquito chiquito a la calle, lo deja al lado
de la puerta de su casa, medio sobre el umbral para que no le diera el sol
directo, le dice a Luis "Aquí se lo dejo", y ahí se lo deja.
Cuando
el Gordo pudo zafar un poco del pendejerío, te imaginás que con ese calor llegó
un momento en que había mucha menos gente en la calle, se prendió a la limonada
y se bajó media jarra de un saque.
Pero
resulta que no era limonada, boludo, no era limonada. Era vino blanco, vino
blanco era.
La
vieja le había zampado en la jarra un par de botellas de vino blanco, le había
metido hielo a rolete y se lo había dejado ahí, con las mejores intenciones.
El
Gordo, con la desesperación, con el calor que tenía en el cuerpo, recién se dio
cuenta cuando ya se había mandado más de catorce litros sin respirar, de un
saque. Y aparte, seamos sinceros, cuando ya se dio cuenta no pudo parar, no
pudo parar. Te estoy hablando de un muchacho de 120 kilos después de estar
moviéndose casi tres horas a pleno sol con 4000 grados de temperatura. No pudo
parar. Se mandó todo el vino blanco. Fondo blanco.
Bueno,
te imaginarás... te imaginarás el pedo tísico que se levantó ese muchacho. Una
curda inmediata y espantosa, demencial. Una curda como para trescientas
personas.
Casi no
había desayunado, estaba sin almorzar, para colmo, el Gordo no era un tipo que
tomara mucho alcohol, al menos que yo recuerde. Un poco de vino con la cena,
nada más. Alguna copita de sidra. O a veces, en los bailes, alguno de esos
tragos maricones como el gin tonic, pero con mucha más agua tónica que otra
cosa.
¡El
pedo que se agarró ese muchacho, Dios querido, el pedo que se agarró!
No te
digo que empezó a cantar boludeces, ni a caminar torcido, ni a vomitar contra
las paredes, ni nada de eso. Pero entró a regalar todo lo que tenía a su
alcance, se le dio por la beneficencia, le dio un ataque de comunismo
acelerado. Primero terminó en cinco minutos con la existencia de caramelos y
chocolatines que eran para toda la tarde...
¡Y
después empezó a regalar los electrodomésticos! Empezó regalándole una
tostadora eléctrica a un pendejo. Después le regaló un ventilador a la madre de
otro de los pibes, después siguió con multiprocesadoras, veladores, hornos a
microondas, etcétera...
Llamaba
a la gente a los gritos, entraba al negocio y les daba algo, repartía,
entregaba todo.
Y el
empleado que se rascaba las bolas adentro del negocio ni se dio cuenta, debía
estar en el fondo, en una oficinita que estaba detrás, arreglando papeles o apolillando
una siesta mientras esperaba la hora en que el patrón llegaba.
Lo
cierto es que, te imaginás, a los quince minutos en la puerta del negocio había
un mundo de gente que venía de todas partes alertada por los otros que ya
habían ligado algo de arribeño, por la mamúa del Gordo.
La
gente pensaba que era una promoción del negocio o, en todo caso, se hacía la
turra, cazaba los artefactos, se los llevaba y a otra cosa mariposa, si te he
visto no me acuerdo, andá a cantarle a Gardel.
En eso
aparece el dueño del boliche, un pelado con cara de amargo que llegó en su
auto, un coche nuevo.
Y
cuando el tipo se dio cuenta de lo que estaba pasando se puso loco, lógicamente
se puso loco. Entró a gritar, a arrebatarles las cosas a la gente, a recuperar
licuadoras, televisores portátiles, radios que la gente se llevaba
Ante el
despelote se despertó el empleado de adentro y salió cagando aceite a ayudarlo
al pelado. Había tironeos, forcejeos, agarrones, hasta voló algún puñete. Y en
eso llegó la cana, un patrullero que andaba de ronda.
En el
despelote, cuando medio se enteró de cómo había venido la mano por lo que
contaban los que se piraban con las licuadoras y todo eso, que gritaban que
Papá Noel se las regalaba, el pelado les indicó a los policías que lo metieran
en cana al Gordo, responsable de todo ese quilombo.
Y bien
dice el Martín Fierro que no hay nada como el peligro para refrescar a un
mamado. Ahí el Gordo se despejó, se dio cuenta, volvió a la realidad, se
esclareció el Gordo.
Además,
ya había vuelto a transpirar como un litro del vino blanco, me imagino, se
había aliviado un poco de la tranca, y comprendió la cagada que se había
mandado.
Pero te
conté que es un tipo manso, un tipo tranquilo que no se iba a poner a
resistirse o a echarle la culpa a nadie. Supo que tenía la culpa, y entonces,
todavía medio tambaleante, bajó la sabiola, se fue para adentro del negocio
para cambiarse la ropa en el baño y meterse, derechito viejo, solito, adentro
del patrullero.
Afuera
seguía el desbole entre el pelado, su empleado, la gente y los canas que ahora
también se habían unido a la tarea de recuperar todo lo que había regalado el
Gordo.
El
Gordo se fue al baño, se mojó la cara, cosa que terminó de despejarlo, se sacó
esas pilchas de mierda de Papá Noel, se puso la ropa que había llevado en un
bolsito y salió de nuevo a la calle.
Cuando
salía para la calle -el negocio es bastante largo- lo ve venir al dueño con uno
de los canas, desencajado el pelado, a las puteadas, buscándolo. Claro, lo ve
al Gordo, sin el traje colorado, de camisita celeste y pantalones vaqueros, un
bolso en la mano, el pelo negro achatado por el agua de la canilla, y no lo
reconoce.
No lo
reconoce porque tampoco era él quien lo había contratado sino la conchuda de su
esposa. "¿Adónde está? ¿Adónde está?" me contaba el Gordo que
preguntaba el pelado, que venía a los pedos con el policía. Y el Gordo pensó
que se refería al traje de Papá Noel que se había sacado.
Yo no
sé si el Gordo lo entendió así, seguía en curda o se hizo bien el boludo, la
cosa es que señaló hacia el baño y el pelado y el policía se mandaron para
allí. Cuando el Gordo salió a la calle todavía había un amontonamiento de gente
y el otro empleado discutía con medio mundo reclamando facturas o recibos de
compra.
Nadie
lo reconoció entonces al Gordo, sin el disfraz. Incluso de última, el otro
policía del patrullero que se había quedado afuera, lo encara al Gordo cuando el
Gordo ya se piraba y el Gordo piensa: "Cagamos".
Y el
cana le pregunta "¿Ese bolso es suyo?". El Gordo me contó que él le
iba a decir la verdad, que sí, que era suyo.
Pero
tuvo miedo de que el cana le hiciera más preguntas, o que se lo hiciera abrir y
le dijo: "No, lo vengo a devolver". Y se lo entregó, un bolso de
mierda que después de todo a él no le servía para un carajo.
El
Gordo se piró haciéndose el pelotudo, temeroso todavía de que alguien lo
reconociese y lo mandara en cana cuando ya estaba a una cuadra.
Casi
termina preso, el Gordo, mirá vos. Zafó porque la vieja que lo contrató tampoco
sabía ni cómo se llamaba ni adónde vivía. Era un contrato basura, pero
realmente basura el del pobre Gordo. Pero casi termina engayolado. Por tener
que disfrazarse de Papá Noel con esos vestidos de invierno, podés creer.
Que los
argentinos nos tengamos que vestir con ropa de abrigo en pleno verano porque a
los yankis se les ocurrió que Santa Claus vende más que el Niñito Dios.
Eso le
decía yo al Gordo, después, en el club. "El año que viene ofrecete para
algún pesebre, Gordo. Por lo menos de Niño Dios te ponen en bolas en una cunita
y te cagás de risa porque estás fresco." Eso le decía yo, para joderlo.
"De
lo único que puedo hacer yo en un pesebre viviente es de vaca, Zurdo -me decía
el Gordo- De vaca".
Pero
por lo menos es un animal conocido, ¿no es cierto? Un bicho familiar al
paisaje, el rumiante emblemático de la pampa húmeda, base de la riqueza de
nuestro país. Algo nuestro... ¡Qué me vienen con que a los chicos les gusta
Papá Noel, el trineo y los alces esos! Si mis pibes me vienen a pedir un alce
de ésos les pongo tal voleo en el orto que aterrizan más allá de la
Circunvalación del voleo que les pego, tenelo por seguro.
Ya
bastante que el otro día les compré un conejo, un conejo de verdad, que es
terriblemente pelotudo y lo único que hace es comer lechuga y cagarnos todo el
patio. Y si me insisten con esas pelotudeces inventadas por los yankis que se
vayan a vivir a Cincinnati, pendejos colonizados de mierda. Que a mí no me
dicen el Zurdo al pedo, me lo dicen por tener una formación doctrinaria...
¡Pobre
Gordo! Estuvo a punto de convertirse en una nueva víctima del capitalismo
salvaje.
Una adaptación que se hizo para el ciclo Los cuentos de Fontanarrosa que se emitió en el año 2007 por la canal 7 o la TV Pública.
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