El cuento que presentamos, "Conitos" de Haruki Murakami (1949), incluido en el libro Sauce ciego, mujer dormida y escrito en 1996. El título original de la novela en japonés es "Tongariyaki no seisui".
Conitos
Estaba
hojeando distraídamente el periódico de la mañana cuando, en una esquina,
descubrí el siguiente anuncio: “Famosos Pasteles Conitos. Concurso para la
creación de los Nuevos Conitos. Gran sesión informativa”. No tenía ni idea de
qué diablos eran aquellos Conitos. Pero lo de “famosos pasteles” hacía suponer
que se trataba de algún tipo de dulce. Yo soy un poco quisquilloso en lo que a
los dulces se refiere. Y, como no tenía nada que hacer, decidí asomar las
narices por la “gran sesión informativa”.
La “gran sesión informativa”
se celebra en el salón de un hotel e incluso ofrecían té y pasteles. Los
pasteles eran, ¡cómo no!, Conitos.
Probé uno, pero su sabor no me
entusiasmó precisamente. Lo encontré empalagoso y la corteza me pareció
demasiado reseca. No podía creer que a los jóvenes de mi generación les gustara
un dulce semejante.
Sin embargo, a la sesión
informativa únicamente se presentaron chicos de mi edad, o incluso más jóvenes.
A mí me asignaron el número 952 y, después, llegaron todavía unas cien personas
más; es decir, que debieron de asistir a la reunión más de mil personas. Lo que
no es poco.
A mi lado estaba sentada una chica
de unos veinte años, llevaba unas gafas de muchas dioptrías. No era guapa, pero
parecía tener buen carácter.
-Oye, ¿tú habías comido alguna vez
Conitos? –le pregunté.
-Pues, claro –respondió ella-. Son
muy famosos.
-Sí, pero no valen mucho la pe… -La
chica me dio una patada en la espinilla y no me dejó acabar la frase. Los individuos
a mi alrededor me lanzaron una mirada despectiva. ¡Qué mal ambiente! Pero yo
puse cara de inocente tipo Pooh, el osito barrigón, y dejé pasar la tormenta.
-¿Tú eres tonto o qué? –me susurró
la chica al oído poco después-. ¿Cómo se te ocurre venir aquí a criticar los
Conitos? Mira que si te agarran los Cuervos Conitos, no sales de ésta con vida.
-¿Los Cuervos Conitos? –grité
sorprendido-. ¿Y qué son…?
-¡Chist! –dijo la chica. La sesión
informativa ya había empezado.
La abrió el presidente de
“Confiterías Conitos” para hablar de la historia de los Conitos. Según uno de
aquellos relatos de verdad incierta debías remontarte a la Era Heian* para
encontrar a no sé quién que hizo no sé qué a resultas de lo cuál nació el primer Conito. El hombre llegó a decir que
en el Kokinshu** figuraba un poema sobre los Conitos. Al oír semejante
barbaridad estuve a punto de echarme a reír, pero, a mi alrededor, todo el
mundo escuchaba con una cara tan seria que me contuve. También influyó el miedo
que me inspiraban los Cuervos Conitos.
La explicación del presidente de la
compañía se alargó durante una hora. Aburridísima. Lo único que quería decir
era, en definitiva, que los Conitos eran pasteles con historia. Pues podía
haber acabado con una sola línea.
Luego, salió el director general y
nos informó sobre el concurso para la creación del nuevo producto. Ni siquiera
los Conitos, unos pasteles famosos en todo el país que se enorgullecían de su
larga historia, podían prescindir de la incorporación de savia nueva que
hiciera posible un desarrollo dialéctico apto para responder a las exigencias
de las distintas generaciones. Eso sonaba muy bien, pero lo que quería decir,
en definitiva, era que el gusto de los Conitos estaba pasado de moda y que
habían bajado las ventas, por lo cual querían ideas nuevas de la gente joven.
Podía haberlo dicho así, tal cual.
Al terminar nos dieron las bases
del concurso. Elaborar un pastelito tomando como base los Conitos y presentarlo
al cabo de un mes.
El importe del premio ascendía a
dos millones de yenes. Con esos dos millones podía casarme con mi novia y
mudarme a un departamento nuevo.
Y decidí hacer el Nuevo Conito.
Tal como he dicho antes, soy un
poco quisquilloso en lo que respecta a los dulces. Pasteles de anko***, crema u
hojaldre puedo prepararlos de todos los tipos
imaginables. Para mi era pan comido hacer en un mes el Nuevo Conito de
la Edad Contemporánea. El día en que expiraba el plazo hice dos docenas de
Conitos y los llevé a Confiterías Conitos.
-¡Mmmm! ¡Qué buena pinta tienen!
Parecen buenísimos –me dijo la chica de recepción.
-Son buenísimos –aseguré yo.
Un mes después recibí una llamada
de Confiterías Conitos diciendo que me apersonara en la empresa al día
siguiente. Me puse una corbata y salí para allá. Hablé con el director general
de la sala de visitas.
-El pastel Nuevo Conito que usted
ha presentado ha tenido una excelente acogida en la compañía –dijo el
director-. Ha recibido muy buenas críticas, especialmente, ¡ejem!, entre el
sector joven de la empresa.
-Muchas gracias –le dije.
-Por otra parte, ¡ejem!, entre lo
miembros de más edad hay quien dice que su pastel no es un Conito. En
definitiva, ¡ejem!, que cabe hablar de confrontación de ideas.
-¡Ah! –dije. No tenía ni idea de
adónde quería ir a parar.
-En consecuencia, la junta
directiva ha acordado pedirles la opinión a los señores Cuervos Conitos.
-¡Los Cuervos Conitos! –exclamé-.
¿Y que son los Cuervos Conitos?
El director general me miró con
expresión atónita.
-¿Usted se ha presentado al
concurso sin saber quiénes son los señores Cuervos Conitos?
-Lo siento mucho. Nunca me entero
de qué va el mundo.
-¡Menudo problema! –exclamó el
director y sacudió la cabeza-. Con que ni siquiera conoce a los señores Cuervos
Conitos… Bueno, ¡en fin!, sígame.
Salí de la habitación en pos de él,
caminé por el pasillo, subí al sexto piso en ascensor y, luego, avancé por otro
pasillo. Al fondo había un gran portalón de hierro. Cuando el director llamó al
timbre, apareció un fornido guarda y, después de pedirle al director que se
identificara, dio la vuelta a la llave y nos abrió la gran puerta. Unas medidas
de seguridad extremas.
-Aquí dentro se encuentran los
señores Cuervos Conitos –me explicó el director-. Los señores Cuervos Conitos
son una familia de cuervos especiales que vienen alimentándose exclusivamente
de Conitos desde tiempos inmemoriales.
Sobraba cualquier otra explicación.
Dentro de la estancia, había más de cien cuervos. Se trataba de una habitación
vacía, parecida a un almacén, de más de cinco metros de altura, con un montón
de palos horizontales que iban de pared a pared y en los que estaban posados,
unos al lado de otros, los Cuervos Conitos. Eran más grandes que los cuervos
ordinarios y los mayores debían de medir un metro de largo.
Incluso los más pequeños alcanzaban
los sesenta centímetros. Al fijarme bien descubrí que no tenían ojos. En lugar
de eso, sólo tenían pegado un bulto blanco de grasa. Además, sus cuerpos
estaban tan embotados que parecían a punto de reventar.
Al oírnos entrar, los Cuervos
Conitos empezaron a graznar a coro mientras batían las alas. Al principio creí
que eran simplemente graznidos, pero cuando se me habituó el oído, comprendí
que gritaban: “¡Conitos! ¡Conitos!”. Sólo de mirar a aquellos pajarracos se te
helaba la sangre en las venas.
El director sacó algunos Conitos de
una caja que llevaba y los fue arrojando al suelo. Cien cuervos se abalanzaron
a la vez sobre los pasteles.
Y en su búsqueda desesperada de
Conitos se daban picotazos los unos a los otros en las patas, incluso en los
ojos. ¡Uf! ¡Con razón se habían quedado ciegos!
Acto seguido, el director fue
esparciendo por el suelo unos pasteles, parecidos a los Conitos, que sacó de
otra caja.
-Mire. Éstos son los pasteles de uno de
los participantes que ha sido eliminado del concurso.
Los cuervos se arrojaron, como
antes, sobre los pasteles, pero en cuanto se dieron cuenta de que no eran
Conitos los vomitaron y empezaron a graznar con irritación. Gritaban:
-¡Conitos!
-¡Conitos!
-¡Conitos!
Sus graznidos retumbaban en el
techo hasta clavarse en los oídos.
-¡Mire! Sólo comen Conitos
auténticos –dijo el director, convencido-.
Las imitaciones ni las tocan.
-¡Conitos!
-¡Conitos!
-¡Conitos!
-Y, ahora, vamos a ofrecerles los
pasteles que usted ha elaborado.
Si se los comen, será usted
eliminado.
“¡A ver cómo va!”, pensé inquieto. No sé por
qué, pero tenía un mal presentimiento. Era un error hacerles decidir a aquellos
bichos el resultado del concurso. Pero el director, haciendo caso omiso de mis
opiniones, esparció profusamente por el suelo los Nuevos Conitos que yo había
presentado a concurso. Los cuervos volvieron a abalanzarse sobre los pasteles.
Y, acto seguido, empezó el jaleo. Algunos cuervos se los comían satisfechos,
otros los escupían gritando: “¡Conitos!”. A continuación, los cuervos que no
habían podido coger ninguno clavaban excitadísimos el pico en la garganta de
los que se los acababan de tragar.
La sangre se esparcía por todas
partes. Un cuervo cogió el pastel que otro había vomitado, pero otro cuervo
gigantesco, al grito de “¡Conitos!”, lo atrapó y le abrió el vientre en canal.
Y, de este modo, empezó una batalla sin cuartel. La sangre llamaba a la sangre,
el odio llamaba al odio. Se trataba sólo
de unos insignificantes pasteles, pero éstos lo eran todo para los cuervos.
Para ellos era cuestión de vida o muerte si los Conitos eran auténticos o no.
-¡Mire lo que ha conseguido! –Le
espeté al director-. Arrojárselos de ese modo, tan de repente, ha sido un
estímulo demasiado poderoso.
Luego salí solo de la estancia,
bajé en ascensor y abandoné el edificio de Confiterías Conitos. Perder los dos
millones de yenes era una verdadera lástima, pero no quería ni oír hablar de
vivir el resto de mis días acompañado de unos pajarracos como aquéllos.
Yo sólo hago la comida que yo
quiero comer y me la como yo.
Y los cuervos; ¡qué se mueran todos
pegándose picotazos los unos a los otros!
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