lunes, 18 de marzo de 2019

Telxínoe: Bartolomé Mitre III

Según nos cuenta Carlos Páez de la Torre h, Hipólito Buchard (o Buchardo), fue un “corsario” de la naciente Argentina que incursionó en los mares del mundo. Francés nacido en Saint-Tropez en 1780, Bouchard era marino desde adolescente y luchó tripulando los barcos de Napoleón. Llegó a Buenos Aires en 1809, y al instalarse la Primera Junta, le ofreció sus servicios, que fueron aceptados. Estuvo al mando de Juan Bautista Azopardo en el desventurado combate de San Nicolás, y luego ingresó a los flamantes Granaderos a Caballo del coronel José de San Martín.

Posteriormente estuvo al mando de la Corbeta “Halcón” y debía unirse al Almirante Guillermo Brown para operar en el Perú, juntos capturaron varios barcos, y se separaron luego del ataque frustrado a Guayaquil. En 1816, regresa a Buenos Aires, donde se rearma la fragata, con su nuevo nombre: “La Argentina”, con la que emprendería su periplo por Madagascar, islas Célebes, islas Sándwich, hasta llegar a la costa norte del Pacífico, y asolar distintas poblaciones del dominio español en la zona de México y Centroamérica.

Hipólito Buchard (dibujo Enrique Breccia)

Bartolomé Mitre nos cuenta estos últimos episódios:



VI

(...) Buchardo, siguiendo el ejemplo de su predecesor sir Francis Drake, que ha dejado su nombre escrito en la geografía de California, se decidió a ir a establecer su crucero sobre las costas de Méjico por la parte del Pacífico, con el ánimo de hostilizar vigorosamente sus poblaciones, destruyendo en sus puertos los restos del poder naval de la España en América.


Con tal propósito dio la vela desde la isla de Moroto (Sandwich)el 25 de octubre de 1818, dirigiéndose a las costas de la Alta California. El 22 de noviembre fondeó la expedición a la entrada de la bahía de San Carlos de Monterrey.


Al decidirse a iniciar sus operaciones por este punto, fue porque, siendo este pueblo la capital de la Nueva California, y teniendo a sus inmediaciones ricas minas, era probable que se encontrasen en el algunos tesoros pertenecientes al Rey de España, y en su puerto algunas naves de guerra enemigas que hubiesen ido a refugiarse allí huyendo de la escuadra independiente mandada por el almirante Cochrane, terror entonces de aquellos mares. Otra circunstancia le decidió además a ello, y fue, que, según los informes que tenía, las baterías del puerto se hallaban desmanteladas, y la población sin medios eficaces de defensa. No era así, sin embargo.


Se recordará que el capitán Piris se había trasladado a la isla Atoy en una fragata americana. El cargamento de este buque consistía en una docena de piezas de grueso calibre, que llevaba con el objeto de negociar con ellas. En una comida que dio a su borda a la oficialidad de la expedición argentina, uno de los convidados dejó imprudente-mente trascender el plan que ocupaba a su comandante. Inmediata-mente se había dado a la vela la fragata americana, y dando la alarma en Monterrey, consiguió vender a buen precio la mercancía bélica.


El gobernador de Monterrey, impuesto del peligro, puso a la población sobre las armas, pidió refuerzos de, tropas, al interior, rehabilitó las baterías artillándolas con 18 piezas, y estableció a lo largo dela costa nuevas baterías provisionales para situar convenientemente la artillería volante de que podía disponer.

Así apercibidos al combate, esperaban los de Monterrey el ataque de los corsarios argentinos.

Fragata La Argentina (dibujo Enrique Breccia)


El plan de Buchardo era hacerse preceder por la Chacabuco con bandera americana, entrando él en seguida durante la noche con La Argentina; y después de informado por el comandante de aquélla del estado de defensa del puerto y de los recursos de que podía disponer para una resistencia, efectuar su desembarco y posesionarse de la población.

Tan prudente plan fue frustrado por varios accidentes.

Al entrar en la bahía sobrevino una gran calma. Eran las cinco de la tarde, y los buques de la expedición distaban aún como dos leguas del punto donde debía verificarse el desembarco. Echando, sin embargo, al agua sus embarcaciones menores y haciéndose remolcar por ellas, consiguieron alcanzar la boca del puerto.

Rechazada por las corrientes del puerto, la fragata tuvo que dar fondo en quince brazas de profundidad, y a distancia de dos millas de la población.

La corbeta, buque más ligero y de mejor corte, pudo penetrar en la noche al interior del puerto y echó sus anclas a tiro de pistola de la costa, a la sombra de un promontorio, cuya forma no pudo distinguirse en la obscuridad. Aquel promontorio era el fuerte que defendía la bahía con dos baterías en gradientes, con tiros fijantes sobre él.

En esta disposición, el capitán Buchardo dispuso que su primer teniente don Guillermo Shipre, que había reemplazado al malogrado Somers, tomase 200 hombres de fusil y arma blanca de la guarnición de La Argentina, y que en sus botes se trasladase con ellos a la corbeta, ordenándole que inmediatamente efectuase el desembarco.

Esta operación fue fatigosa: la gente llegó a la corbeta con más disposiciones de descansar que de combatir, y el mismo Shipre, marino experimentado y valiente, se entregó a una ciega confianza y pasó la noche sin cuidarse mucho de lo que pudiese suceder.

Ya empezaba a amanecer cuando un grumete se acercó respetuosamente a Shipre a hacerle presente que el día venía y que se hallaban bajo los fuegos de una batería. Shipre subió a la cubierta y se cercioró de que en efecto se hallaba bajo la boca amenazadora de 18 cañones. Ya no era tiempo de efectuar el desembarque ni retirarse, y tuvo que decidirse por el combate.

Izada la bandera argentina con grandes aclamaciones, rompió el fuego la Chacabuco sobre el fuerte. Las dos baterías del fuerte, apoya-das por piezas volantes que cruzaban sus fuegos a vanguardia de ellas: contestaron con ventaja y viveza los tiros de la corbeta, sin perder una sola de sus balas. A los quince minutos de combate la posición de la Chacabuco fue insostenible: acribillada de parte a parte, con su maniobra inutilizada y sembrado su puente de muertos y heridos, tuvo que rendirse bajo el fuego incesante del enemigo. Así dice Buchardo, que presenciaba el combate sin poder tomar parte en él a causa de la calina: a los diecisiete tiros de la fortaleza tuve el dolor de ver arriar la bandera de la Patria. Oigamos sus propias palabras en este momento de prueba:

Los botes regresaron de la corbeta con poco orden, trayendo el que más cinco hombres: así no tenía a bordo de la fragata sino 40 hombres, inclusos comandante y último muchacho. Toda la gente de la corbeta estaba en poder del enemigo, pero éste no la había bajado atierra, y se contentaba con cañonear el buque, para que desenvergase y aferrase velas como lo ejecutaba, sufriendo mientras tanto un vivo fuego, de modo que la corbeta fue pasada a balazos de un costado al otro. Mi situación en este instante fue riesgosa, pero procuró conservar sereno el espíritu. En aquel momento sopló una brisa que permitió a la fragata acercarse a tiro de cañón de la fortaleza poniendo la corbeta bajo la protección de sus fuegos.

En seguida despachó un parlamentario a tierra exigiendo se le permitiese sacarla de su fondeadero, sin que fuese molestada.

El gobernador de Monterrey contestó de oficio que sólo permitiría sacar el buque mediante una fuerte suma que fijó por el rescate. 

La respuesta del gobernador manifestaba poca decisión. Como el objeto de Buchardo era únicamente ganar tiempo hasta la noche para poner en ejecución un nuevo plan que había concebido, todos sus esfuerzos se contrajeron a garantizar a la corbeta de un nuevo cañoneo, para lo que bastaba la posición. que había tomado. Tal era el estado de desamparo de las posesiones españolas durante la Revolución americana, a consecuencia de la anulación de sumarina, que en el puerto de Monterrey no existía en aquella época ni un bote por medio del cual pudiera comunicar con la corbeta rendida; así es que, aún cuando los enemigos cantaran Victoria desde lo alto de sus muros, se veían en la imposibilidad de recoger sus frutos. Al llegarla noche se entregaron a la más ciega alegría, y mientras en la corbeta sólo se oían los lamentos de los heridos, se percibían desde ella en el fuerte la música y el bullicio de los festejos que celebraban la derrota de los argentinos.

A las nueve de la noche se acercó a la corbeta un bote de La Argentina, y sucesivamente todas las embarcaciones menores disponibles, con cuyo auxilio se transbordó silenciosamente a la fragata toda la gente que había en la Chacabuco, dejando tan sólo los heridos para que sus quejidos no diesen el alerta al enemigo.

En esta operación y en preparar un desembarco se pasó la noche. Al amanecer del día 24 de noviembre estaban listos para acometer la empresa 200 hombres, armados de fusil 130 y el resto con picas de abordaje.

La fuerza destinada al ataque era mandada en jefe por el mismo Buchardo, y le acompariaban los oficiales Cornet, Telary, Olto, Ilatton, Piris, Espora, Gómez, Whallao, los dos Merlo y el cirujano de la expedición, quedando el teniente Van Burgen al cargo de las embarcaciones que componían la flotilla de desembarco.

A las ocho de la mañana se efectuó el desembarco a una legua dela fortaleza, y al subir un estrecho desfiladero, se le presentó una división de 300 a 400 hombres de caballería, que fue dispersada por los fuegos de la infantería argentina.

Pronto se halló la división expedicionaria a espaldas de las fortificaciones, que al amago del asalto fueron abandonadas por sus defensores, enarbolándose en ellas a las diez de la mañana la bandera argentina que saludaron desde la bahía con gritos de triunfo los buques del crucero.

En la fortaleza fueron tomadas veinte piezas de artillería, diez de a doce de la batería alta, ocho de la baja, y dos cañones de campaña. Las tropas dispersas del enemigo se habían reconcentrado en la población protegidas con algunas piezas volantes con que rechazaron el avance de los primeros grupos que se acercaron a ella; pero, regularizando el ataque, todo fue rendido a fuego y lanza, sometiéndose todos a la autoridad del corsario argentino.

Durante los seis días que la bandera argentina permaneció enarbolada en los muros de Monterrey, el comandante Buchardo se ocupó en inutilizar la artillería rendida, haciendo reventar las piezas, arrasarla fortaleza hasta los cimientos, así como el cuartel y el presidio, haciendo volar los almacenes del Rey, respetando tan sólo los templos y las casas de los americanos.

De todos los trofeos de la victoria se reservaron dos piezas ligeras de bronce que, juntamente con una cantidad de barras de plata encontradas en un granero, fueron embarcadas en la fragata.

El 29 del mismo, reparada ya la corbeta que había quedado en estado de no poder flotar, abandonó Buchardo Monterrey, con el objeto de repetir la misma operación en todas las poblaciones de la costa mejicana. La misión de San Juan, la de Santa Bárbara y otras poblaciones menos importantes, fueron sucesivamente ocupadas por sus fuerzas en el espacio de veinte días, incendiando en ellas todas las pertenencias españolas, con excepción del templo y las casas americanas. 

El 25 de enero de 1819 estableció el bloqueo del puerto de San Blas, y sucesivamente el de Acapulco y Sonsonate. En este último punto encontró una guarnición de 200 veteranos venida de Guatemala, que con la población en armas y algunos cañones en posición se le presentaron en la playa en ademán de hacer resistencia. Trasladándose Buchardo a la Chacabuco por ser buque de menor calado y de más fácil maniobra, penetró en el puerto y rompiendo el fuego sobre las fuerzas de tierra, las dispersó completamente, tomando sin resistencia un bergantín español que allí había. 

De este modo pasó por aquellas costas como un huracán el cruce-ro La Argentina, barriéndolo todo, así en el agua como en la tierra, y derramando en ellas el espanto y la desolación.

Aún nos queda que referir sus últimas proezas y sus últimos trabajos.

 
Recorrido de Hipólito Buchard

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