lunes, 11 de marzo de 2019

Telxínoe: Bartolemé Mitre II

Ocurre en la fortaleza del Callao una sublevación del Ejército de los Andes, que tristemente desenlaza en la historia que Bartolomé Mitre nos relata sobre Falucho, este relato plasmado en distintas crónicas que fueron publicadas por primera vez el 14 de mayo de 1857 en el periódico Los Debates.

Relata la historia, que la noche del 4 al 5 de febrero de 1824, se sublevó la guarnición patriota del Callao, la cual estaba compuesta por los restos del Ejército de los Andes; que eran el regimiento Río de la Plata, los batallones 2º y 5º de Buenos Aires, y los artilleros de Chile, a los que se les unieron dos escuadrones amotinados del regimiento de Granaderos a Caballo.

La sublevación tuvo su origen a que a los pobres soldados se les debían cinco meses de paga, cuando el día anterior se les había abonado los sueldos de los jefes y oficiales, sumado al deseo de regresar a la patria, ya sea Buenos Aires o Chile, y el rechazo de tener que embarcarse hacia el norte para engrosar el ejército de Simón Bolívar. El motín fue encabezado por Dámaso Moyano y Francisco Oliva, ambos sargentos del Regimiento del Río de la Plata, la tropa se entregó a los excesos. Al ver la indisciplina reinante, el mulato Moyano, acepta la sugerencia de Oliva de consultar al coronel realista José María Casariego, quien los convence de que se unan a las filas realistas donde serían recompensados, finalmente el motín fracasaría y los sublevados recibirían su castigo.

Bartomé Mitre nos cuenta:
 

IV Falucho

En la noche del 6 de febrero, subsiguiente a la de la sublevación, hallábase de centinela en el torreón del Real Felipe un soldado negro, del regimiento del Río de la Plata, conocido en el Ejército de los Andes con el nombre de guerra de Falucho. Era Falucho un soldado valiente, muy conocido por la exaltación de su patriotismo, y, sobre todo, por su entusiasmo por cuanto pertenecía a Buenos Aires. Como uno de tantos que se hallaban en igual caso, había sido envuelto en la sublevación, que hasta aquel momento no tenía más carácter que el de un motín de cuartel. Mientras que aquel obscuro centinela velaba en el alto torreón del castillo, donde se elevaba el asta-bandera, en que hacía pocas horas flameaba el pabellón argentino[i], Casariego decidía a los sublevados a enarbolar el estandarte español en la obscuridad de la noche, antes de que se arrepintiesen de su resolución.


Sacada la bandera española de la sala de armas, donde se hallaba rendida y prisionera, fue llevada en triunfo hasta el baluarte de Casas Matas, en donde ser enarbolada primeramente, afirmándola condebía una salva general de todos los castillos.


Faltaba poco para amanecer, los primeros resplandores de la aurora iluminaban el horizonte y el mar Pacífico estaba sereno.


En aquel momento se presentaron ante el negro Falucho los que debían enarbolar el estandarte, contra el que combatía después de catorce años.

A su vista el noble soldado, comprendiendo su humillación, se arrojó al suelo y se puso a llorar amargamente, prorrumpiendo en sollozos.


Los encargados de cumplir lo ordenado por Moyano, admirados de aquella manifestación de dolor, que acaso interpretaron como un movimiento de entusiasmo, ordenaron a Falucho que presentase el arma al pabellón del Rey que se iba a enarbolar. 


-Yo no puedo hacer honores a la bandera contra la que he pelea-do siempre contestó Falucho con melancólica energía, apoderándose nuevamente del fusil que había dejado caer.


- ¡Revolucionario! ¡Revolucionario! gritaron varios a un mismo tiempo. 


- ¡Malo es ser revolucionario, pero peor es ser traidor! Exclamó Falucho con el laconismo de un héroe de la antigüedad[ii] y tomando su fusil por el mango, lo hizo pedazos contra el asta bandera, entregándose nuevamente al más acerbo dolor. 


Los ejecutores de la traición, apoderándose inmediatamente de Falucho, le intimaron que iba a morir, y haciéndole arrodillarse en la muralla que daba frente al mar, cuatro tiradores le abocaron a quemarropa sus armas al pecho y a la cabeza. Todo era silencio y las sombras flotantes de la noche aún no se habían disipado. En aquel momento brilló el fuego de cuatro fusiles, se oyó su detonación: resonó un grito de ¡viva Buenos Aires! y luego, entre una nube de humo, se sintió el ruido sordo de un cuerpo que caía al suelo. Era el cuerpo ensangrentado de Falucho, que caía gritando ¡viva Buenos Aires! ¡Feliz el pueblo que tales sentimientos puede inspirar al corazón de un soldado tosco y obscuro!


Así murió Falucho, como un guerrero digno de la República de España, enseñando cómo se muere por sus principios y cómo se protesta bajo el imperio de la fuerza. Para enarbolar la bandera española en los muros del Callao, fue necesario pasar por encima de su cadáver. Se enarboló al fin, pero salpicada con su sangre generosa, y aún tremolando orgullosamente en lo alto del baluarte, el valiente grito de ¡viva Buenos Aires! fue la noble protesta del mártir contra la traición de sus compañeros. Esa protesta fue sofocada por el estruendo de la artillería en los baluartes del Callao. 


Falucho había nacido en Buenos Aires, y su nombre verdadero era Antonio Ruiz. Pocos generales han hecho tanto por la gloria como ese humilde y obscuro soldado, que no tuvo un sepulcro, que no ha tenido una corona de laurel, y cuyo nombre todavía no ha sido registrado en la historia de su patria. 


¡El martirio de Falucho no fue estéril! 


Pocos días después, se sublevaron en la Tablada de Lurín[iii] dos escuadrones del regimiento de Granaderos a caballo, y deponiendo a sus jefes y oficiales, marcharon a incorporarse a los sublevados del Callao. A la distancia vieron flotar el pabellón español en las murallas. A su vista, una parte de los granaderos, que ignoraba que los sublevados hubiesen proclamado al Rey, volvieron avergonzados sobre sus pasos, como si la terrible sombra de Falucho les enseñase airada el camino del honor. Sólo los más comprometidos persistieron en su primera resolución y volvieron sus armas contra sus antiguos compañeros, quedando así disuelto por el motín y la traición el memorable Ejército de los Andes, libertador de Chile y del Perú.


[i] Esta bandera, traída del Perú por el general don Enrique Martínez, fue entregada al gobierno de Buenos Aires, acompañada de una memoria sobre las campañas del Ejército de los Andes. Es la misma que se ha presentado al pueblo al jurar Buenos Aires la Constitución Nacional y al inaugurarse las estatuas de San Martín. y de Belgrano.

[ii] Todos estos detalles y palabras, como los demás que se leerán, son rigurosamente históricos.


[iii] Orden general de García Camba publicada en Lima.


 
Monumento a Falucho - Ciudad de Buenos Aires

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