El
presente es un artículo de Carles Ramió publicado en El Blog del es Público.
La
falta de sistemas de información para un efectivo control de la gestión pública
En
nuestras administraciones públicas tenemos un déficit dramático de información
de todo tipo: falta información sobre los costes económicos reales de los
diferentes programas e iniciativas (tanto estimados como incluso ejecutados),
falta información sobre los impactos de las políticas, falta información sobre
las percepciones de los ciudadanos sobre la mayoría de políticas y servicios,
falta información sobre el funcionamiento y los resultados de las
organizaciones privadas con ánimo o sin ánimo de lucro a las que externalizamos
servicios públicos, falta información básica sobre aspectos fundamentales de
nuestros propios organismos públicos, etc. Este déficit de información llega a
ser tan extremo que hay administraciones públicas que no conocen de forma agregada
ni tan siquiera cuantos empleados públicos están a su servicio ni cuantos
organismos públicos y empresas poseen. Este déficit de información genera una
falta enorme de inteligencia institucional a la hora de tomar decisiones,
cuando se desea hacer análisis de prospectiva, de evaluar políticas públicas,
de hacer análisis de costes y beneficios. No se suele poseer información ni tan
siquiera de carácter económico (que debería ser la más sencilla) sobre, por
ejemplo, la interferencia de políticas públicas: es decir cómo afectan los
cambios en una política pública sobre otra. Por ejemplo, sabemos de manera
intuitiva que unos recortes en las políticas sociales pueden generar un mayor y
superior gasto en políticas de sanidad. En este sentido, si recortamos gasto
vinculado a los trabajadores sociales que prestan atención domiciliaria a los
ancianos el impacto es que estos ancianos están más desatendidos y se ponen más
enfermos o simplemente se sienten solos y acuden más a los centros sanitarios
para amortiguar su soledad. Y resulta que el tiempo y el coste del personal
médico es mucho más elevado que el tiempo y el coste de un trabajador social.
La
gestión pública moderna es cada vez más compleja y requiere de sistemas
sofisticados de información y de inteligencia institucional que actualmente no
poseemos. Las decisiones se toman, cada vez más, de forma más errática bajo el
paradigma del garbage can y las redes públicas y privadas están totalmente
fuera de control. Las instituciones públicas padecemos más que disfrutamos la
sociedad del conocimiento, la sociedad de la información y las innovaciones
tecnológicas y organizativas.
Para
solucionar este problema tenemos que crear en nuestras administraciones un
nuevo perfil profesional, un nuevo ámbito funcional: los gestores de
información. Si antes anunciábamos la necesidad de fortalecer el ámbito
funcional de los gestores públicos aquí corresponde dar un salto cualitativo
más hacia adelante y también poseer gestores de información. Un gestor de
información es un profesional con conocimientos tecnológicos, con conocimientos
de técnicas de investigación social a nivel cuantitativo y cualitativo y con
potentes capacidades analíticas. Se trata de unos profesionales que sepan
buscar y tratar la información crítica: manejar encuestas y estadísticas,
realizar trabajos de campo cualitativo, manejarse con las nuevas redes sociales
derivadas de la tecnología, tener capacidad analítica para tratar la
información y sistematizarla, para detectar los problemas y anticiparlos, etc.
Y con estos profesionales utilizar los instrumentos que permiten una mayor
inteligencia institucional: desde la contabilidad analítica hasta el data
warehouse, el open data y el big data. La estrategia para dotarse de
inteligencia institucional podría ser la siguiente:
–
Primero, atacar el frente más sencillo y más básico que es la información de
carácter económica. Los presupuestos públicos y el nivel de ejecución temporal
de los mismos son una información claramente insuficiente para una gestión inteligente.
Es necesario saber, para tomar decisiones y para evaluar, exactamente el coste
de cada política, proyecto, servicio e iniciativa y ello se logra de forma
relativamente satisfactoria con la contabilidad analítica. Este instrumento no
resuelve todos los problemas pero da luz a muchas sombras: programas que
parecía que tenían un coste cero resulta que tienen un coste real considerable,
programas que parecían una ruina económica resulta que no lo son tanto, etc.
–
Segundo, ubicar en un mismo sistema agregado de información los datos que
tenemos desagregados en sistemas de información y bases de datos feudales y
artesanales. Es usual la gestión de la información de las instituciones
públicas de forma feudal: cada unidad tiene su propia información que guarda
celosamente y que proporciona a cuenta gotas ya que lo considera como su fuente
de poder. Y además suelen gestionar de forma artesanal esta información
mediante bases de datos precarias que son poco modernas y deficientes. Se
oculta la información como un mecanismo de poder pero también como defensa a la
vergüenza de poseerla de forma tan precaria. Al final se puede sobrevivir con
este modelo porque siempre hay alguna persona que tiene una visión de conjunto,
que conoce los déficits y la lógica histórica de la estratificación geológica
de la información pero cuando este personaje se ausenta del trabajo se paraliza
la gestión y la precaria inteligencia institucional. La mejor forma de agregar
la información para fomentar un sistema de inteligencia institucional es un
sistema de data warehouse. En el contexto de la informática, data warehouse
(almacén de datos) es una colección de datos orientada a un determinado ámbito
(empresa, organización, etc.), integrado, no volátil y variable en el tiempo,
que ayuda a la toma de decisiones en la entidad en la que se utiliza. Se trata,
sobre todo, de un expediente completo de una organización, más allá de la
información transaccional y operacional, almacenado en una base de datos
diseñada para favorecer el análisis y la divulgación eficiente de datos. El
almacenamiento de los datos no debe usarse con datos de uso actual. Los
almacenes de datos contienen a menudo grandes cantidades de información que se
subdividen a veces en unidades lógicas más pequeñas dependiendo del subsistema
de la entidad del que procedan o para el que sea necesario. Así, por ejemplo,
en la gestión de una universidad se trata de agregar en un mismo instrumento
cuatro grandes bases de datos: los complejos datos sobre el personal, los
complejos datos sobre la gestión económica (estos dos son imprescindibles en
cualquier tipo de organización) y, en este ejemplo concreto, los datos sobre la
gestión docente y los datos sobre la producción investigadora. El data
warehouse no es un cuadro de mando (aunque se pueden generar a partir de sus
datos) sino un sistema de inteligencia institucional ya que mediante el cruce
de las diferentes bases de datos surge un nuevo tipo de información muy potente
por su carácter agregado. El data warehouse no solo es un instrumento potente
de inteligencia y control interno sino todavía más útil para la dirección de
los sistemas complejos de redes de organizaciones que operan de forma autónoma
bajo la dirección estratégica de la institución que ejerce el rol de principal.
Por ejemplo, un sistema de sanidad en la que hay varios hospitales públicos o
privados que prestan servicios públicos. Es imprescindible que el organismo que
ejerce la función de principal posea un data warehouse con información de
detalle de la gestión interna y de producción de estos centros hospitalarios.
No solo con este instrumento sabe lo que hace cada centro sino que la
inteligencia se genera comparando costes y resultados entre los diferentes
centros y costes y resultados mediante series históricas por centros y entre
centros de gestión. Si se debe ejercer el rol de timonel, una parte esencial
del timón es un data warehouse.
–
En un tercer nivel, y ya en un grado muy especializado, las instituciones
públicas deberían considerar el big data.
Por big data se hace referencia al tratamiento y análisis de enormes
repositorios de datos, tan desproporcionadamente grandes que resulta imposible
tratarlos con las herramientas de bases de datos y analíticas convencionales.
La tendencia se encuadra en un entorno que no nos suena para nada extraño: la
proliferación de páginas web, aplicaciones de imagen y vídeo, redes sociales,
dispositivos móviles, apps, sensores, internet, etc. que generan un enorme
volumen de información. Hablamos de un entorno absolutamente relevante para
muchos aspectos, desde el análisis de fenómenos naturales como el clima hasta
entornos como salud, educación, seguridad, etc. El big data sería necesario
atenderlo a niveles de entorno presidencial, por ejemplo, los gabinetes
potentes presidenciales deben poseer información política y social sobre los
debates, iniciativas y elementos de interés que se generan en la sociedad para
poder detectar problemas de futuro y anticipar políticas públicas. Y también
debería estar presente en ámbitos de gestión complejos y de servicios
universales como la sanidad, la educación y la seguridad. En estos ámbitos
deberían manejar esta opción tecnológica sin descartar agencias reguladoras de
entidades financieras, de telecomunicaciones, eléctricas, etc. Por otro lado,
la cantidad ingente de información interna y propia que manejan las grandes
administraciones públicas deben considerar esta opción tecnológica. Por ejemplo,
una gran ciudad que aposte por el modelo de smart city puede llegar a poseer
tanta información derivada de millones de sensores que tenga que recurrir a
esta tecnología.
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