Otro cuento corto de Liliana Bodoc, correspondiente al libro del mismo nombre editado en el año 2007:
La mejor luna
Pedro es amigo de Juan.
Juan es amigo de Melina. Melina es amiga de la luna.
Por eso, cuando la luna
empieza a perder su redondez, los ojos alargados de Melina hierven de lágrimas,
su tazón de leche se pone viejo en un rincón, y no hay caricias que la alegren.
Días después, cuando la
luna desaparece por completo, Melina sube a los techos y allí se queda,
esperando que la luna regrese al cielo como aparecen los barcos en el
horizonte.
Melina es la gata de Juan.
Juan es amigo de Pedro. Pedro es el dueño de la luna.
La luna de Pedro no es tan
grande ni tan redonda, tiene color de agua con azúcar y sonríe sin boca. Y es
así porque Pedro la pintó a su gusto en un enorme cuadro nocturno, mitad mar,
mitad cielo.
Pedro, el pintor de
cuadros, pasa noches enteras en su balcón. Y desde allí puede ver la tristeza
de Melina cuando no hay luna. Gata manchada de negro que anda sola por los
techos.
¿Les dije que Melina es la
gata de Juan? ¿Les dije que Juan se pone triste con la tristeza de Melina? Juan
se pone muy triste cuando Melina se pierde en el extraño mundo de los techos,
esperando el regreso de la luna. Y siempre está buscando la manera de ayudar a
su amiga. Por eso, apenas vio el nuevo cuadro que Pedro había pintado, Juan
tuvo una idea. Y aunque se trataba de una luna ni tan grande ni tan redonda,
color de agua con azúcar, podía alcanzar para convencer a Melina de que un
pedacito de mar y una luna quieta se habían mudado al departamento de enfrente.
Juan cruzó la calle, subió
siete pisos en ascensor y llamó a la puerta de su amigo. Pedro salió a
recibirlo con una mano verde y otra amarilla. Juan y Pedro hablaron durante
largo rato y, al fin, se pusieron de acuerdo. Iban a colgar el enorme cuadro en
el balcón del séptimo piso para que, desde los techos de enfrente, Melina
creyera que la luna estaba siempre en el cielo. Eso sí, tendrían que colgarlo
al inicio de la noche y descolgarlo al amanecer.
Pedro es un pintor muy
viejo. Juan es un niño muy niño. La luna del cuadro no es tan redonda ni tan
grande. Y Melina, la gata, no es tan sonsa como para creer que una luna pintada
es la luna verdadera.
Apenas vio el cuadro
colgado en el balcón de enfrente, Melina supo que esa no era la verdadera luna
del verdadero cielo. También supo que ese mar, aunque era muy lindo, no tenía
peces. Entonces, la gata inclinó la cabeza para pensar qué debía hacer.
¿Qué debo hacer?, pensó
Melina para un lado.
Qué debo hacer?, pensó
Melina para el otro.
"La luna está lejos y
Juan está cerca. Juan es capaz de reconocerme entre mil gatas manchadas de
negro. Para la luna, en cambio, yo debo ser una gata parecida a todas en un
techo parecido a todos. Y aunque la luna del pintor Pedro no es tan grande ni
tan redonda es la luna que me dio el amor"
Melina es amiga del Juan.
Juan es amigo de Pedro. Pedro es amigo de los colores.
Juan creyó que un cuadro
podía reemplazar al verdadero cielo. Porque para eso están los niños, para
soñar sin miedo.
Melina dejó de andar
triste en las noches sin luna, porque para eso tenía la luna del amor.
Y Pedro sigue pintando
cielos muy grandes, porque para eso están los colores: para acercar lo que está
lejos.
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