Un famoso guerrero que volvía de batallar portando con
orgullo sus armas encontró, junto al camino, un grupo de gente escuchando a un
maestro espiritual.
Se ubicó entre las personas más alejadas y, por un rato,
estuvo escuchando a un maestro hasta que, irritado por lo que le parecía pura
charlatanería, interrumpió la enseñanza bruscamente.
- ¡Lo único que tú haces es hablar! Las palabras no sirven
para nada. ¡A las palabras se las lleva el viento!
El maestro lo miró un instante y con gran serenidad le
contestó:
-Sólo un necio como tú, cuya cabeza está acobardada y medio
vacía por los golpes recibidos, puede decir una estupidez de ese tamaño.
El guerrero salto como un resorte y en cuatro grandes pasos
estaba frente al maestro con su espada lista para partirlo en dos:
-¿Qué es lo que te has atrevido a decirme?
-Oh, no te había reconocido, pero veo en tu agilidad, destreza
y valentía a uno de los más hábiles guerreros que haya pisado nuestra tierra y
te presento mis respetos.
El soldado bajó su arma, sonrió satisfecho y volvió a ocupar
su lugar entre los discípulos.
-Espero –le dijo entonces el maestro mirándolo con una
sonrisa-, que en el futuro tengas más respeto por las palabras ya que con ellas
te hice venir hasta mí y te llevé al infierno de la furia para luego calmarte y
volverte a tu lugar.
A partir de ese día, el soldado se unió al grupo que seguía
al maestro y fue su discípulo por muchos años.
Texto aportado por una alumna, extraído de La Escucha de Silva Paiz (página 12)
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