En su
afán por convertir a la Argentina en una nación civilizada, Domingo Faustino
Sarmiento concretó proyectos renovadores como la fundación de colonias de
pequeños agricultores en Chivilcoy y Mercedes.
La
experiencia funcionó bien, pero cuando intento extenderlas se encontró con la
cerrada oposición de los terratenientes nucleados en la recientemente fundada
Sociedad Rural Argentina que en la persona de su presidente Enrique Olivera le
hizo saber a Sarmiento que consideraba “...inconveniente implantar colonias como
la de Chivilcoy donde ya estaba arraigada la industria ganadera”.
Dominto Faustino Sarmiento
se enojó y declaró: ”Nuestros
hacendados no entienden jota del asunto, y prefieren hacerse un palacio en la Avenida
Alvear que meterse en negocios que los llenaran de aflicciones. Quieren que el
gobierno, quieren que nosotros que no tenemos una vaca, contribuyamos a
duplicarles o triplicarles su fortuna a los Anchorena, a los Unzuè, a los
Pereyra, a los Luro, a los Duggans, y los Leloir y a todos los millonarios que
pasan su vida mirando como paren las vacas. En este estado está la cuestión, y
como las cámaras del Congreso están también formadas por ganaderos, veremos
mañana la canción de siempre, el payar de la guitarra a la sombra del ombú de
la Pampa y a la puerta del rancho de paja.”
Finalemente, el presidente Sarmiento
se había dirigido al presidente de la Sociedad Rural Argentina en estos
términos: ”El
ganado y sus productos como industria exclusiva y única del país, tiene el
inconveniente de que su precio no lo regulamos nosotros, por falta de
consumidores en el terreno, sino que nos lo imponen los mercados extranjeros
según su demanda”.
Páginas consultadas:
www.elhistoriador.com.ar
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