Hoy vuelvo a traer otro cuento leído en Twitter, está vez recomendado
por la periodista Hinde Pomeraniec (@hindelita), hace unas semanas atrás.
Es un relato en
primera persona de Tomás Hodgers (@tomashdg) y lo presento a continuación, me permito la licencia de ponerle el título:
Mi ex suegro me detesta
Mi ex suegro me detesta. Me odia con rabia sincera. Prometió
que de encontrarme en la calle me desfiguraría a trompadas. Sinceramente creo
que me lo merezco. Lo que le hice a Hernan es de lo único que me arrepiento en
la vida. Quiero pedir disculpas públicamente.
El papá de Victoria siempre tuvo fama de malo. Todos le teníamos terror.
Un tipo de 1,90 y 100 kilos fácil. Cuando la pasaba a buscar por el colegio lo
mirábamos mezclando reverencia y admiración. Generalmente vestía trajes caros
que maridaba con unos Ray Ban al estilo Top Gun.
·
Solía estacionar la chata blanca en la puerta del colegio. Bajaba la
ventanilla para observarnos con desdén. Se ponía los lentes en la punta de la
nariz y acercaba la pera al cuello para asustarnos con la mirada. Era una clara
advertencia y nosotros la entendíamos como tal.
Hernán vino del interior de la provincia y trajo consigo costumbres
conservadoras que no se extirpan así nomás. Esto quedaba expuesto en lo
absurdamente sobreprotector que era con su hija mayor. Victoria era su
debilidad.
La estupidez la cometí en tercer año de la secundaria. Empecé a salir
con Victoria. No sé si esa denominación cabe para dos nenes de 15 años, pero lo
cierto es que nos gustabamos mucho. Era ese amor tierno e ingenuo de la
adolescencia, donde todo está por descubrirse.
Decidimos mantenerlo todo en un secreto inmortal. Su padre jamás podía
enterarse de lo nuestro. Mi pánico a Hernan aumentaba exponencialmente a medida
que nuestra aventura avanzaba.
Un domingo de invierno se alinearon los planetas. Victoria tenía casa
sola, cosa que nunca ocurría. Hernan jugaba al fútbol. La mamá y las hermanas
se habían ido toda la tarde al club. Era nuestro momento. Todo estaba charlado.
.
Yo estaba nerviosísimo. Había visto innumerables videos en YouTube y
recorrido cientos de webs didácticas. Creí que nada podía fallar. De camino a
su casa pasé por la farmacia a comprar lo indicado por mi gurú de Internet.
Ella estaba casi tan nerviosa como yo. Charlamos mucho pero finalmente
tomamos la decisión. Las respiraciones se exaltaron. Los corazones traqueteaban
desesperados. Todo estaba encaminado. No había vuelta atrás.
En un intervalo de silencio un ruido extraño nos alertó. El ascensor
detuvo su marcha en el octavo. Ella reconoce el ruido al instante. "Es mi
papá" grita. A partir de ahí todo fue desesperación. Intenté ponerme los
pantalones trastabillando entre medias resbaladizas.
"¿Cómo que tu papá?" le reproché mientras me ponía las
zapatillas al revés. "Metete abajo de la cama" me aconsejó ella. La
indicación me pareció absurda así que decidí hacer oídos sordos. Decidí enfrentar
la situación con la actitud temeraria propia de la pubertad.
Me paré justo enfrente de la puerta. Quería jugar con el factor
sorpresa. Quizás si lo agarraba desprevenido el shock era menor. No sé qué
pensé. En el palier lo escuchaba hablar por teléfono. Renegó unos minutos en
embocarle a la bocallave. Gracias a eso me pude peinar.
En mi psiquis adolescente se me ocurrió que, como el hombre era de pueblo,
lo correcto era tratarlo de usted. "Buenas tardes, Hernan. Soy Tomás, el
novio de Victoria. ¿cómo está?” Estiré la mano para estrecharlas. Clavó la
mirada en mi. "Pendejo de mierda ¿qué haces vos acá?."
Mi cara se transformó. Levanté las cejas y abrí los ojos como platos. Vi
mi muerte temprana. Quise pasar entre la moldura de la puerta y mi suegro, pero
me cazó del brazo. "Te voy a matar pendejo de mierda" gritaba
mientras me zamarreaba. "¿Quién carajo te crees que sos vos?"
Yo sólo articulé una oración en toda la maniobra: "Pará, Hernan,
por favor". Las palabras eran siempre las mismas pero jugaba con el orden.
“Hernan, por favor, pará” o “Hernan, pará por favor”.
Entre insultos cacofónicos y patadas en el culo me sentó en el sillón.
“Quédate quieto ahí, pibe. Voy a llamar a tu papá.” A la única persona en el
mundo que yo le tenía más miedo que a Hernan era a mi viejo. Pablo era
bravísimo.
Ya me veía sin salir por un año. Imaginaba a mis amigos en el club y yo encerrado
en mi casa mirando la nada por la ventana, como en “Mi pobre angelito”, pero
cagado de calor. No podía permitir que eso sucediera. Tenía que actuar. Y
actué.
Yo soy hincha de Central, es importante decirlo. En aquél momento mucho
más fanático que ahora. Ir a la cancha era la efímera felicidad semanal, aunque
generalmente volvía a las puteadas. Para mí el Canalla lo era todo.
En un instante de lucidez recordé que Victoria me había comentado que
Hernan era hincha veneno de Independiente. Un enfermo total del Rojo. El tipo
tenía una colección de más de 60 camisetas. Varias con ilustres autógrafos
estampados.
Encontré el talón de Aquiles de mi suegro. Ataqué justo ahí, sin piedad.
“Hernan, no llamés a mi viejo, por favor. Hoy me junto con los chicos a ver el
Rojo. Es el clásico de Avellaneda y si Pablo se entera de todo esto no me va a
dejar ver el partido." Fingí llorar.
Su mirada feroz se transformó en una mucho más dócil. "¿Sos de
Independiente?" me preguntó medio emocionado. "Obvio, del rey de
copas." Me dio miedo saber lo bien que me salió mentir. "No lo puedo
creer, acá en Rosario no hay nadie de Independiente. Que grande el pibe"
cerró.
No sólo prometió no decirle nada a mi viejo sino que esa tarde se
ofreció para que veamos el clásico en su casa. Yo solía querer que gane Racing,
pero aquel día grité los goles de Independiente con euforia. Esa tarde comenzó
la gran mentira. Duró casi tres años.
Hernan me abrazaba en cada gol. Me preguntaba cómo lo veía a Tagliafico en
la defensa central y que opinaba del pibe Meza. Yo simulaba estar de acuerdo en
todos sus planteos tácticos. Ese día fue un baile bárbaro. "Ganamos"
3 a 0. Goles de Benítez, Méndez y Vera.
Pero no podía
sencillamente confesar que le había mentido, así que decidí sostener el fraude
hasta las últimas consecuencias. Ese día cambié mi estado de WhatsApp
"Todo Rojo " puse. Le pedí una camiseta vieja de Independiente a un
amigo y posé en varias fotos. Se las envié.
Al mes siguiente me regaló una casaca de su colección. “Cuidala mucho,
pibe. Es un tesoro.” No se la quise aceptar, pero él insistió. Las ceremonias
eran todos los domingos. Mirabamos al rojo y gritabamos los goles al unísono.
Hernan me amaba, era el hijo que no supo tener.
Lamentablemente la situación me sobrepasó. Un día en el torneo de fútbol
“7” que jugaba nos enfrentamos a un rival que vestía la camiseta de
Independiente. Al finalizar el partido les pedí a los rivales que nos presten
las casacas a mi y a mis amigos. Sacamos fotos.
Le comenté “Mirá Hernan, convencí a los pibes para que usemos esta
camiseta”. Cuando llegó la respuesta me estremecí. “Te quiero, pibe” rezaba el
mensaje. En ese momento me di cuenta de lo perverso de la situación. Estaba
jugando con los sentimientos más profundos de un hombre.
Mis amigos me decían que termine con la farsa, que estaba yendo
demasiado lejos. Yo no encontraba forma de dar marcha atrás. Hasta que llegó la
gota que rebasó el vaso.
Hernan me mandó dos fotos de las entradas para ver los cuartos de final
de la copa Sudamericana. “Pibe, quiero que me acompañes. Es nuestra copa”. Ese
texto me hizo sentir sucio. Un verdadero traidor. Me puse en su piel y me odié.
Prometí que después del partido confesaría.
Esa noche de copa Sudamericana fue rumba pura. 4 a 1 y baile a Nacional
de Uruguay. Hernan estaba exultante. Cantaba desesperado. Revoleaba la
camiseta. Yo intentaba disimular el desconocimiento de las canciones. Sólo
puteaba a los de blanco. "Uruguayo, la concha de tu madre".
Y así llega el final de esta triste historia. Cuando le dije a Hernan
toda la verdad -por teléfono, obviamente- juró matarme. Nunca más pude ver a
Victoria, pero eso es anecdótico. Le envolví la camiseta que me regaló y se la
dejé en la puerta de su casa. No hubo respuesta.
Sé que estuve mal. A veces me pesa la culpa por ese pobre hombre que
vivió en un engaño varios años. Aún sigue siendo el único hincha de
Independiente que conozco en la ciudad. Igual, tengo algo que confesar: cuando
estoy solo grito los goles del Rojo.
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