Escritor
y periodista uruguayo, Eduardo Galeano nació en Montevideo en 1940 y falleció
en 2015; su obra, comprometida con la realidad latinoamericana, indaga en las
raíces y en los mecanismos sociales y políticos de Hispanoamérica.
Se inició en el periodismo a los catorce años, en
el semanario El Sol, en el que publicaba dibujos y caricaturas políticas que
firmaba como Gius. Posteriormente fue jefe de redacción del semanario Marcha y
director del diario Época. En 1973 se exilió en Argentina, donde fundó la
revista Crisis, y en 1976 continuó su exilio en España. Su obra, traducida a
mas de veinte lenguas, es una perpetua y polémica interpretación de la realidad
de América Latina, estimada por muchos como una radiografía del continente,
La función del arte /1 (El libro de los Abrazos)
Diego no
conocía la mar. El padre, Santiago Kovadloff, lo llevó a descubrirla.
Viajaron
al sur.
Ella, la
mar, estaba más allá de los médanos, esperando.
Cuando
el niño y su padre alcanzaron por fin aquellas cumbres de arena, después de
mucho caminar, la mar estalló ante sus ojos.
Y fue
tanta la intensidad de la mar, y tanto su fulgor, que el niño quedó mudo de
hermosura.
Y cuando
por fin consiguió hablar, temblando, tartamudeando, pidió a su padre:
-¡Ayúdame
a mirar!
Muchas veces murió la esclavitud (Espejos)
Consulte
cualquier enciclopedia. Pregunte cuál fue el primer país que abolió la
esclavitud. La enciclopedia responderá: Inglaterra. Es verdad que un buen día
cambió de opinión el imperio británico, campeón mundial del tráfico negrero,
cuando haciendo números advirtió que ya no era tan rentable la venta de carne
humana. Pero Londres descubrió que la esclavitud era mala en 1807, y tan poco
convincente resultó la noticia, que treinta años después tuvo que repetirla dos
veces.
También
es verdad que la revolución francesa había liberado a los esclavos de las
colonias, pero el decreto libertador, que se llamó inmortal, murió poco después,
asesinado por Napoleón Bonaparte.
El
primer país libre, de veras libre, fue Haití. Abolió la esclavitud tres años antes
que Inglaterra, en una noche iluminada por el sol de las hogueras, mientras
celebraba su recién ganada independencia y recuperaba su olvidado nombre
indígena.
El hincha (Futbol a
sol y sombra)
Una vez
por semana, el hincha huye de su casa y asiste al estadio.
Flamean
las banderas, suenan las matracas, los cohetes, los tambores, llueven las
serpientes y el papel picado; la ciudad desaparece, la rutina se olvida, sólo
existe el templo. En este espacio sagrado, la única religión que no tiene ateos
exibe a sus divinidades. Aunque el hincha puede contemplar el milagro, más
cómodamente, en la pantalla de la tele, prefiere emprender la peregrinación
hacia este lugar donde puede ver en carne y hueso a sus ángeles, batiéndose a
duelo contra los demonios de turno.
Aquí, el
hincha agita el pañuelo, traga saliva, glup, traga veneno, se come la gorra,
susurra plegarias y maldiciones y de pronto se rompe la garganta en una ovación
y salta como pulga abrazando al desconocido que grita el gol a su lado.
Mientras dura la misa pagana, el hincha es muchos. Con miles de devotos
comparte la certeza de que somos los mejores, todos los árbitros están
vendidos, todos los rivales son tramposos.
Rara vez
el hincha dice: «hoy juega mi club». Más bien dice: «Hoy jugamos nosotros».
Bien sabe este jugador número doce que es él quien sopla los vientos de fervor
que empujan la pelota cuando ella se duerme, como bien saben los otros once
jugadores que jugar sin hinchada es como bailar sin música.
Cuando
el partido concluye, el hincha, que no se ha movido de la tribuna, celebra su
victoria; qué goleada les hicimos, qué paliza les dimos, o llora su derrota;
otra vez nos estafaron, juez ladrón. Y entonces el sol se va y el hincha se va.
Caen las sombras sobre el estadio que se vacía. En las gradas de cemento arden,
aquí y allá, algunas hogueras de fuego fugaz, mientras se van apagando las
luces y las voces. El estadio se queda solo y también el hincha regresa a su
soledad, yo que ha sido nosotros: el hincha se aleja, se dispersa, se pierde, y
el domingo es melancólico como un miércoles de cenizas después de la muerte del
carnaval.
Latinoamericanos (Patas
para arriba)
Dicen
que hemos faltado a nuestra cita con la Historia, y hay que reconocer que
nosotros llegamos tarde a todas las citas. Tampoco hemos podido tomar el poder,
y la verdad es que a veces nos perdemos por el camino o nos equivocamos de
dirección, y después nos echamos un largo discurso sobre el tema. Los
latinoamericanos tenemos una jodida fama de charlatanes, vagamundos,
buscabroncas, calentones y fiesteros, y por algo será. Nos han enseñado que,
por ley de mercado, lo que no tiene precio no tiene valor, y sabemos que
nuestra cotización no es muy alta. Sin embargo, nuestro fino olfato para los
negocios nos hace pagar por todo lo que vendemos y nos permite comprar todos
los espejos que nos traicionan la cara. Llevamos quinientos años aprendiendo a
odiarnos entre nosotros y a trabajar con alma y vida por nuestra perdición, y
en eso estamos; pero todavía no hemos podido corregir nuestra manía de andar
soñando despiertos y chocándonos con todo, y cierta tendencia a la resurrección
inexplicable.
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