Adolfo Kaminsky, que vivió escondido durante décadas, fue uno de los falsificadores más influyentes del siglo XX. Durante la Segunda Guerra Mundial fabricó pasaportes y documentos de identidad para la Resistencia francesa; después, trabajó para movimientos de resistencia en más de una docena de países. Los papeles que hizo fueron pequeñas ficciones que cambiaron decenas de miles de vidas.
Pero Kaminsky también fue un fotógrafo callejero que capturó retratos sinceros y anónimos y escenas de la ciudad asombrosamente tranquilas. En sus imágenes del París de mediados de siglo, el anonimato se convierte en sujeto y tema. Mirando sus fotografías, uno piensa en todas las caras que Kaminsky presenció pero nunca conoció: en el campo de concentración de Drancy, del que escapó por poco, o en los documentos de identidad que pasaron entre sus dedos. Un grupo de maniquíes comienza a parecerse a tantas mujeres anónimas, redondeadas, desnudas. Un banco vacío habla de fugacidad. Juntas, las fotos son una visión de la humanidad que sobrevive.
Adolfo Kaminsky y su hija Sarah
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