Todo
parece indicar que las organizaciones modernas deberían apostar por la
holocracia (un sistema de organización en el que la autoridad y la toma de
decisiones se distribuyen de forma horizontal en lugar de ser establecidas por
una jerarquía de gestión), es decir: un sistema de autogestión (Robertson,
2015). La holocracia es una nueva forma de administrar una organización, a
través de la remoción del poder de una estructura jerárquica, sustituida por un
sistema de distribución de la autoridad. Una de las principales diferencias de
la organización de una empresa a través de la holocracia es la eliminación de
una estructura en la que cada persona tiene un cargo fijo y la función de cada
trabajador es descrita en un organigrama. El sistema propone una estructura en
la que el empleado desempeña múltiples funciones dentro de la organización,
participa de diferentes equipos a la vez y sus tareas son constantemente
actualizadas para adaptarse mejor a las necesidades de su equipo. La idea es
que la organización pueda aprovechar mejor las habilidades del trabajador,
dando total libertad para que exprese su creatividad. En el modelo tradicional,
la autoridad pertenece siempre al jefe, mientras que en la holocracia es
distribuida entre el equipo con funciones específicas y con responsabilidades
para la toma de decisiones sobre el tema objeto de trabajo. Por ejemplo, si hay
un equipo que se encarga del lanzamiento de un nuevo producto, la última
palabra la tienen los miembros de ese equipo, no el gestor que está, teóricamente,
un nivel más arriba. En el modelo tradicional, la estructura de una
organización raramente cambia, y las órdenes vienen siempre de arriba para
abajo. En la holocracia, la organización se modifica constantemente y cada
equipo tiene la autoridad para gestionarse de la forma que mejor les convenga a
sus miembros, incluso puede ser de forma jerárquica, si les parece. Uno de los
aspectos más importantes de la holocracia es que todos los colaboradores de la
organización deben seguir el mismo conjunto de reglas predefinidas, y no
determinaciones que lleguen por la autoridad. La idea es que la transparencia
en las reglas disminuya el impacto de la política dentro de la organización y
que la toma de decisiones dependa menos de personas en posiciones de autoridad
(Robertson, 2015).
Pero
es complicado aplicar esta idea de autogestión, autonomía y de disolución de la
autoridad entendida en un sentido clásico en la Administración pública en la
que la jerarquía y la autoridad política son dos de sus elementos esenciales.
La holocracia podría representar otra y nueva fórmula para despolitizar todavía
más a la Administración pública. Pero no debería tener necesariamente este
impacto negativo ya que es posible combinar autoridad y jerarquía política con
autonomía de gestión y corresponsabilidad. Precisamente organizaciones que
están aplicando la holocracia suelen hacer un símil con el cuerpo humano: las
células no piden permiso para realizar su labor, saben cómo hacerlo; los
pulmones tienen la función de proveer aire y van ajustando su función de manera
autónoma. En este sentido un cuerpo humano que posea una jerarquía holocrátrica
consiste en que cada órgano tiene autoridad completa sobre su función. Es obvio
que todo el cuerpo está dirigido por el cerebro que es el que decide lo que hay
qué hacer (por ejemplo, correr o descansar) pero, una vez está tomada esta
decisión cada órgano actúa autónomamente en consecuencia. En la Administración
pública hay que garantizar que el cerebro tenga una lógica política y que
domine la estrategia del cuerpo administrativo, pero posteriormente cada equipo
o unidad administrativa debería tener autonomía para realizar de manera óptima
su función. Es decir, se diluyen los jefes intermedios, pero no la dirección
política y estratégica que puede ser todavía mucho más potente y efectiva. La
inteligencia artificial podría favorecer decididamente estas nuevas fórmulas de
organización para la Administración pública. Esta reflexión y propuesta
organizativa no es un tema menor ya puede generar impactos muy potentes y
beneficiosos. Por esta razón hay que analizarla con más profundidad mediante
los siguientes 3 apartados a modo de clarificación:
- La moderna teoría de la organización, la literatura de gestión de los últimos cinco años diseñada para aplicarla a las empresas privadas, coincide de manera unánime en que las organizaciones del futuro no pueden ser jerárquicas sino colaborativas, con dinámicas de autogestión, con identidades muy fuertes y con una gran flexibilidad. Solo de esta manera pueden ser organizaciones contingentes y creativas que se adapten a las disrupciones tecnológicas. Aplicar estos principios a la Administración pública puede ser muy difícil ya que su modelo de base sigue siendo burocrático y la estandarización y la jerarquía son algunos de sus principios básicos. Pero recordemos que la Administración pública también opera bajo los paradigmas gerencial y de gobernanza. Estos modelos sí que pueden migrar hacia organizaciones más colaborativas y de autogestión.
- La posibilidad de introducir sistemas de autogestión en la Administración pública podría entrar en conflicto con el principio de jerarquía. Pero la esencia del principio de jerarquía no es instrumental sino conceptual, no es operativo sino estratégico. Su función consiste en preservar el dominio político sobre la dimensión profesional de la Administración. De esta superioridad depende la legitimidad democrática de las instituciones públicas. Por tanto, no es posible en la Administración que los sistemas de autogestión y de colaboración entre colectivos de empleados públicos puedan diseñar la estrategia de las políticas y de los servicios públicos. Esta función corresponde a la dimensión estratégica ocupada por los perfiles políticos que, por la vía de la jerarquía sobre el resto de la institución, aseguran la implementación de su visión política. Pero también hay que tener presente que uno de los problemas más graves de nuestras administraciones públicas es la invasión de la política sobre ámbitos y funciones estrictamente técnicos y profesionales. Curiosamente la aplicación en la Administración en el futuro de un sistema holocrático podría conciliar las dos exigencias de la organización administrativa: por una parte, asegurar el dominio estratégico de la dimensión política y, por otra parte, proteger la autonomía de la dimensión profesional en los aspectos más técnicos. La metáfora de cómo funciona un cuerpo humano es, en este sentido, muy clarificadora. El cerebro (la política) es el que decide libremente que debe hacer el cuerpo de una persona (la Administración). La política consiste en decidir si debe correr, si debe caminar y en qué dirección. Pero los órganos humanos (unidades administrativas profesionales) toman sus decisiones de manera totalmente autónoma del cerebro. El pulmón decide autónomamente como trabajar y se adapta a una persona que corre velozmente o que descansa. Las células desarrollan sus tareas de manera totalmente autónoma. A pesar de esta autonomía celular nadie puede dudar que un cuerpo humano es jerárquico ya que todas sus acciones discrecionales son dirigidas por el cerebro y solo las mecánicas o estrictamente físicas funcionan de manera autogestionada. En cambio, no sería funcional que el cerebro diera órdenes a las células o a los alveolos de los pulmones ya que podría generar un colapso fisiológico. Esta disfunción es la que sucede en muchas ocasiones en la Administración pública donde un exceso de politización influye negativamente en como tienen que trabajar sus unidades administrativas más técnicas. Por tanto, hay que priorizar y estimular en la Administración la autogestión y la colaboración de las unidades administrativas y de los empleados públicos y evitar su politización.
- Para que estos sistemas colaborativos y de autogestión operen de manera eficaz y eficiente es muy importante la identidad, la identificación y visión plena tal y como propone Laloux (2016). Es decir, las células de un riñón (órgano administrativo especializado) deben tener muy claro que forman parte de un riñón y cuáles son las funciones de un riñón. Solo de esta manera los sistemas de autogestión y colaboración van a tener un aporte consistente, eficaz y eficiente.
El presente es un artículo de Carles Ramió publicado en El Blog del esPúblico
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