El siguiente es un artículo publicado en el diario La Nación:
Una
nueva mirada. El país que imaginan los jóvenes
Javier
Fuego Simondet
Tanto
se ha transformado el mundo en los últimos años que muchos de los viejos
paradigmas ya no alcanzan para explicarlo. Los cambios constantes impulsados
por el desarrollo tecnológico y las nuevas formas de comunicación impactan de
manera directa en nuestra vida, con consecuencias tanto en la esfera individual
como social y política. Un mejor y más completo abordaje de estas cuestiones
exige incorporar las nuevas generaciones a la discusión y eso es lo que propone
esta nota, que ofrece las preocupaciones y las ideas de jóvenes destacados en
distintas disciplinas que suman su voz al debate público.
Su
mirada está inevitablemente ligada a los desarrollos tecnológicos de este
tiempo -el suyo-, que configuran una profunda marca de época. Todos ellos
ofrecen nuevas perspectivas, acaso más frescas y desprejuiciadas, a problemas
que desvelan a la sociedad actual pero que, al mismo tiempo, proyectan
interrogantes a futuro.
"Hay
en los jóvenes un interés muy fuerte por el modo en que la tecnología está
cambiando distintas facetas de nuestra vida", dice Pablo Marzocca,
licenciado en Filosofía por la Universidad de Buenos Aires, de 31 años,
coordinador del programa Argentina 2030, espacio en el que el Gobierno convoca
a pensadores jóvenes a presentar sus ideas y a abrir nuevas discusiones.
"El tema género tiene también una presencia enorme, y es raro encontrar
hoy una persona joven que no tenga incorporada una mirada más aguda hacia las
desigualdades de género y lo que implican -agrega-. Reaparecen también, con
otros enfoques, temas clásicos de nuestra discusión pública como la memoria, la
democracia o los derechos humanos. Creo que, en general, somos más globales,
menos limitados a lo que pasa en la Argentina. Algo que tiene que ver con
nuestro uso de Internet. También veo mucha valentía para encarar discusiones
difíciles con menos prejuicios y con un espíritu más curioso".
Un
repaso por los planteos de los cinco jóvenes intelectuales convocados por la nación
para esta nota muestra, por ejemplo, la preocupación por una educación que
rompa las desigualdades actuales, adaptando sus esquemas y procedimientos a la
era digital. Esta es una de las propuestas de Belén Sánchez, de 28 años,
magíster en Educación y Desarrollo Internacional por la Universidad de Londres.
La
economía colaborativa es un fruto de la tecnología. Javier Madariaga,
licenciado en Economía y magíster en Políticas Públicas de 36 años, se
entusiasma con su impulso transformador y sus aplicaciones actuales y futuras,
pero al mismo tiempo advierte sobre los desafíos que implica para la condición
laboral de los trabajadores.
El
influjo de la inteligencia artificial sobre nuestros derechos ciudadanos y
sobre la participación democrática es materia de análisis de Ana Laura
Diedrichs, de 32 años, ingeniera en Sistemas que vive en Mendoza. Una visión
que es complementada por Antonio Vázquez Brust, magíster en Informática Urbana
por la Northeastern University, de 37 años, que pone la lupa sobre el derecho a
la privacidad, hoy amenazado por el uso de datos por parte de las grandes
corporaciones. "El concepto de ciudadanía debe repensarse y aggiornarse",
afirma.
Las
formas de habitar los entornos virtuales y sus efectos, sin olvidar el análisis
de las desigualdades en el acceso a Internet, son tema de Mora Matassi, de 26
años, máster en Tecnología, Innovación y Educación por la Universidad de
Harvard y también protagonista de una nueva generación de pensadores.
"Soy
muy optimista respecto de nuestra generación -señala Marzocca, entusiasmado con
la posibilidad de sumar nuevos temas y perspectivas al debate-. Es cierto que
todas las generaciones tratan siempre de distanciarse de sus predecesoras, pero
creo que en la Argentina pasa algo muy profundo con las personas sub-40 y, en
especial, sub-35, que es que vivimos toda nuestra vida en democracia. El modo
de pensar es diferente, y esto todavía no se notó tanto en la discusión pública
porque aún no tuvimos tanto espacio en ella".
Mayor calidad
democrática y seguridad en las redes
Aquellos
familiarizados con lo último de la tecnología abren incógnitas alimentadas por
una incertidumbre: no poder predecir hasta dónde se avanzará en los próximos
años, y con qué consecuencias. Ana Laura Diedrichs, de 32 años, ingeniera en
Sistemas de Información de la Universidad Tecnológica Nacional (UTN), se dedica
a investigar sobre inteligencia artificial (IA) e Internet de las cosas.
Plantea que esas tecnologías pueden cooperar en el mejoramiento de la calidad
democrática aunque, previene, el factor humano será siempre fundamental.
A
su vez, las redes sociales y las nuevas formas de comunicación sugieren que el
derecho a la privacidad debe reconfigurarse, así como el concepto de
ciudadanía, plantea Antonio Vázquez Brust, de 37 años, licenciado en Sistemas,
planificador urbano y científico de datos.
"Hoy
la IA está lejos de alcanzar una inteligencia genérica similar a la humana
-evalúa Diedrichs-. Más bien, está orientada a la búsqueda de soluciones para
problemas específicos. Como herramientas, la clave es decidir para qué las
diseñamos y usamos. Podrían ayudar a agilizar muchos procesos en nuestras
instituciones, pero no reemplazarnos".
Estas
tecnologías también pueden ayudar a transparentar las gestiones. Sin embargo,
advierte Diedrichs, no deben ser aplicadas a todo. "Un ejemplo emblemático
de esto es el voto electrónico, o boleta única electrónica. Sus falencias en
seguridad han sido demostradas por expertos", señala la ingeniera, que es
becaria doctoral en el Conicet.
Diedrichs
también advierte sobre el riesgo de "manipulación de la opinión
pública", y explica: "La manipulación de imágenes en la IA ha
avanzado mucho. Es posible generar video y audio de una persona diciendo frases
que jamás ha dicho. Hay bastante trabajo por hacer en la certificación de
fuentes digitales de información".
Ante
el magma informativo que circula por las redes, surge el imperativo de la
protección de derechos, en especial el de la privacidad, alerta Vázquez Brust,
magíster en Informática Urbana por la Northeastern University: "A través
de los celulares, pero no solo, emitimos información que es capturada en forma
constante. Sin que hayamos dado permiso ni pensado en las consecuencias, hay
empresas, en muchos casos gigantes de la economía, que acopian y venden
nuestros datos", afirma. "La privacidad necesita protecciones a la
altura de la capacidad de vigilancia digital, como el derecho a saber en forma
actualizada quién tiene acceso a nuestros datos, para qué los usa, con la
posibilidad de revocar ese acceso".
Derechos
y garantías son objeto de una redefinición. "Las tecnologías digitales nos
otorgaron nuevas capacidades, y sobran ejemplos del uso abusivo de tal poder.
Necesitamos replantear el concepto de ciudadanía, una manta que hoy quedó
corta, para que nos cubra ante vulnerabilidades que antes no existían. Es
necesario consagrar nuevos derechos para proteger nuestra identidad y la
información que es parte de ella. Otro derecho clave, que nos asegura la
condición de miembros activos de nuestra sociedad, es el del acceso a la
infraestructura digital; y, en el futuro, a sistemas de almacenamiento y
procesamiento de datos", destaca Vázquez Brust.
Hacia una enseñanza
más atractiva e igualitaria
"La
educación del futuro tendrá que ser más igualitaria", sentencia Belén
Sánchez. Entre las propuestas de esta especialista en educación del Centro para
la Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento
(Cippec), de 28 años, el acceso a una educación de calidad de los sectores más
postergados es clave, como también lo es digitalizar la enseñanza y reformular
la secundaria.
La
desigualdad es el primer elemento que menciona ante el desafío de repensar la
educación argentina. "No puede ser que todos los indicadores educativos
estén tan atravesados por los patrones clásicos de desigualdad. Cuanto más
vulnerable es la población, menos oportunidades tiene, las escuelas están en
peores condiciones y los aprendizajes son de menor calidad -sostiene Sánchez,
magíster en Educación y Desarrollo Internacional por la Universidad de
Londres-. En los barrios más vulnerables tiene que haber escuelas que sean
bastiones de justicia. Lugares en los que los alumnos quieran estar, con una
buena infraestructura, donde los docentes estén todo el tiempo pensando en
equipo".
Para
Sánchez también es ineludible la dimensión tecnológica. "La educación del
futuro tendría que encontrar la forma de incorporar lo digital. Las plataformas
digitales aportan instrumentos de medición de los aprendizajes que permiten
identificar los ejercicios que funcionan mejor y las dificultades más presentes
entre los estudiantes. Eso supone un poder enorme para fortalecer el
aprendizaje que hoy el Estado no está aprovechando. Si la educación se pierde
todo eso, será el mercado el que aproveche mejor esas vías de llegada a los
aprendizajes. Y, obviamente, el mercado está atravesado por la
desigualdad", señala la especialista, docente en las universidades de San
Martín y de San Andrés.
El
secundario es, para Sánchez, una prioridad. Destaca que cada vez se incorporan
más chicos, pero que fue pensado con el objetivo principal de transmitir un
conocimiento académico para el ingreso a la universidad, algo que hoy es
"completamente incompatible" con la realidad de las juventudes, mucho
más diversas. "La educación secundaria tendría que ser más abierta en
términos de los recorridos que permite -afirma-. Los chicos deberían tener una
capacidad de elección mayor. Pero esos recorridos posibles deberían ser
sostenidos con dispositivos de acompañamiento de muy buena calidad".
Por
último, destaca que hay que hacer foco en un elemento fundamental: el bienestar
de los estudiantes. "Es una dimensión que hace a la permanencia de los
chicos en la escuela, a la valoración de sus trayectorias y a poder pensar en
su proyecto de vida", añade.
A
la hora de evaluar las políticas educativas, y de algún modo para personalizar
más la experiencia en las aulas, Sánchez plantea la necesidad de impulsar
cambios en la forma de contratación de los maestros de la escuela secundaria.
"Algo central es que los docentes sean contratados por cargo; hoy son
contratados por horas. De ese modo no hay posibilidad de observar y pensar en
los alumnos de manera integral. Muchos docentes no llegan a conocerlos",
subraya.
La dimensión virtual
ganará espacio en lo cotidiano
Ya
nadie lo duda: una porción cada vez más significativa de la vida cotidiana se
juega en entornos virtuales. Esta evidencia exige una nueva forma de comprender
la índole de nuestra presencia en los distintos espacios en que actuamos. Mora
Matassi, de 26 años, licenciada en Comunicación por la Universidad de San
Andrés y máster en Tecnología, Innovación y Educación por la Universidad de
Harvard, propone reflexionar sobre los cambios que la revolución tecnológica
está introduciendo en nuestras vidas.
Matassi
plantea que la dimensión virtual ha ido ganando preeminencia en lo cotidiano.
"Hay trabajo empírico realizado en la Argentina por el Centro de Estudios
sobre Medios y Sociedad [MESO], y por Unicef, que revela la centralidad de los
entornos virtuales como redes sociales o grupos de chat en la gestión
instrumental y simbólica de la vida cotidiana: leer una noticia, mantener un
vínculo romántico, organizar una acción colectiva, registrar un recuerdo o
estar al tanto de la vida de un familiar. Parece que habitáramos, en lugar de usar,
estos espacios donde ?estamos' con los otros sin tener que compartir con ellos
un lugar físico", describe Matassi.
"Un
diálogo entablado en Facebook Messenger puede ser igual o más relevante,
?genuino', que uno sucedido en un café", sostiene esta investigadora que
se dedica a temas de cultura digital. "Lo novedoso no es la comunicación a
distancia, sino la multiplicación de nuestra presencia, de nuestras formas de
estar en el mundo, a partir de la proliferación y apropiación de esa
virtualidad".
"Frente
a este contexto, debemos preguntarnos cómo se produce la interacción entre
comunidad y tecnología, y por qué surgen determinadas normas de comportamiento
online en dicha interacción", afirma. "Los canales municipales de
WhatsApp ya existen; la idea de la confirmación de la ?identidad digital' está
en marcha; las cuentas en redes sociales se multiplican. Y, cada vez más,
asocian a funcionarios y oficinas de gobierno. Sin embargo, el territorio
físico sigue resultando fundamental para expresar y defender intereses
colectivos, a la par que tendemos a pensar en oficinas con ubicación física
para el planteo de un determinado reclamo, como si la virtualidad fuera hasta
ahora solo una dimensión transaccional o informacional, pero no del todo
orgánica en nuestra relación con la esfera estatal", reflexiona. Según
cree, hay mucho por hacer en este campo.
Atenta
al avance de las vías digitales en la interacción del ciudadano y la
administración política, Matassi analiza la desigualdad en el acceso a las
herramientas digitales. "Si la gestión de la vida cotidiana en red cobra
cada vez más relevancia, surge la pregunta por la inclusión en la red. Este
análisis debe comprender desde las capacidades que habilitan la apropiación de
estos recursos hasta los usos que se desprenden de dichas capacidades. Las
desigualdades respecto a las tecnologías de la información y la comunicación
deben pensarse tanto desde el acceso como en su calidad. Es necesario
profundizar en el estudio de las formas que adopta la sociabilidad en entornos
virtuales en distintos grupos sociales, y no únicamente en los grupos que
presentan altos niveles de acceso y de alfabetización digital", señala.
La fuerza de la
asociación horizontal entre trabajadores
Se
trata de un fenómeno novedoso de gran potencial, dicen los expertos. Sin
embargo, constituye ya un sólido presente que impone interrogantes y desafíos
propios de su naturaleza disruptiva. La economía colaborativa es materia de
análisis de Javier Madariaga, de 36 años, licenciado en Economía por la
Universidad Católica, magíster en Políticas Públicas por la Universidad
Torcuato Di Tella y coordinador de Ciudades del Cippec.
"La
economía colaborativa no es un sector en sí mismo, sino una herramienta para
abordar las relaciones entre personas -observa Madariaga-. Está compuesta por
iniciativas que implican compartir, intercambiar, prestar y donar a través de
plataformas digitales que, por lo general, surgieron como una respuesta
innovadora de la sociedad para hacer frente a las crisis económicas. Se ha
convertido en una fuerza transformadora disruptiva a nivel mundial, que genera
cambios en la organización de las cadenas de valor, la gestión de las
organizaciones y el trabajo. Además, promueve el surgimiento de nuevas formas
de habitar las ciudades. También desafía las instituciones y las regulaciones
de la industria tradicional".
Si
bien Uber o Airbnb son para el economista fenómenos de economía colaborativa de
gran impacto, considera que los aportes más interesantes en la materia son
menos conocidos. "En Puerto Madryn, por ejemplo, el municipio, en sociedad
con el sector privado, está trabajando en el desarrollo de una plataforma local
para generar conciencia de destino turístico. En Rosario, una asociación civil
creó Carpoolear, una plataforma sin fines de lucro para compartir viajes de
larga distancia en auto. En Mendoza, un grupo de jóvenes emprendedores
desarrolló AccessIn, una app colaborativa para mejorar la convivencia en
edificios y barrios", destaca.
Madariaga
afirma que la economía colaborativa está hoy en franco crecimiento: "Está
penetrando en sectores como la movilidad y alojamiento, los bienes y servicios,
el trabajo a distancia y las finanzas". En el futuro podrá expandirse
hacia sectores como la salud y la energía, agrega. Y advierte que, en esta
evolución incesante, este tipo de economía enfrenta un gran desafío. "La gran
incógnita es si logrará conservar su esencia original, orientada al beneficio
distribuido y al desarrollo del sentimiento comunitario y la conciencia
ambiental o, por el contrario, será parte de una ola de desregulación y
mercantilización de bienes privados que dará como resultado un capitalismo aún
menos inclusivo que el actual", afirma.
En
este tipo de relaciones económicas novedosas el estatus del trabajador es uno
de los temas más debatidos, un punto en el que es necesario reflexionar. Hasta
ahora se ha buscado hacerlos encajar en las categorías tradicionales; es decir,
definir si son empleados en relación de dependencia o independientes. Sin
embargo, Madariaga es partidario de pensar en categorías nuevas. "Es
necesario que surjan innovaciones en las regulaciones particulares de estas
formas atípicas de empleo, con el fin de que los trabajadores tengan protección
y no deban resignar derechos adquiridos", señala.
link del artículo:
Una nueva mirada. El país que imaginan los jóvenes
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