El siguiente
es un artículo del periodista Santiago Bilinkis publicada en el diario La
Nación, sobre la toma de decisiones programadas: Cuando el cerebro se pone en piloto automático.
Leemos
en el artículo:
Cuando el cerebro se pone en piloto
automático
Activa
el ahorro de recursos cuando detecta situaciones repetidas
De acuerdo
a un estudio de la Universidad de Duke, casi la mitad de las decisiones que
tomamos cada día no son realmente decisiones. Las tomamos sin pensar, como
parte de una rutina que constituye buena parte de nuestra vida. Durante esos
períodos es como si nuestro cerebro se desconectara y dejara activado un piloto
automático que toma el control momentáneo de nuestros actos.
En ese
estado podemos realizar tareas realmente complejas sin siquiera darnos cuenta:
por ejemplo, ¿cuántas veces, al ir por un camino ya conocido, nos encontramos
manejando nuestro auto desde hace rato sin tener el menor registro de lo que
estuvimos haciendo? Para poner en perspectiva la enorme dificultad de esa tarea
basta recordar la cantidad de cosas en las que debíamos pensar cuando recién
estábamos aprendiendo a conducir en el tránsito. Los más despistados, como
quien escribe, podemos incluso mantener una conversación y, a los pocos
segundos, no saber qué dijimos ni qué nos dijeron, pese a haber sido totalmente
coherentes durante la charla.
Esa
base de actos y decisiones automáticas constituyen nuestros hábitos, y son un mecanismo
de "ahorro de recursos" que el cerebro activa cuando detecta que se
encuentra ante una situación repetida y que puede ser manejada en base a la
experiencia pasada, sin pensar activamente.
La
mayoría de los hábitos son útiles, otros inofensivos, pero algunos pueden ser
nocivos. Y por su naturaleza misma, ¡el cerebro los activa sin que siquiera nos
demos cuenta! Por eso un mal hábito es tan difícil de cambiar. Decidir:
"Voy a bajar de peso" o "voy a dejar de tomar" en general no
funcionan, porque lograrlo requiere alterar una conducta rutinaria que se
inicia sin pensar. La buena noticia es que la neurociencia puede venir en
nuestro auxilio. Estamos empezando a entender mejor el mecanismo por el cuál un
hábito se forma o se elimina y podemos hackearlo para usarlo a nuestro favor.
Todos tienen una estructura en común: un disparador que los activa, una
conducta mecánica y algún tipo de recompensa al final.
Muchas
publicidades se aprovechan de este mecanismo, asociando el supuesto placer de
consumir un determinado producto (por ejemplo, la bebida refrescante marca X) a
alguna actividad habitual que le sirva como disparador (la práctica de
deporte). Si logran de ese modo crearnos un hábito después es muy difícil
romperlo.
Identificar
con cuidado los disparadores y las recompensas puede ayudarnos tanto a eliminar
malas costumbres como a incorporar otras deseables. En un estudio realizado en
Alemania, le propusieron a un grupo de corredores novatos que al final de cada
corrida se premiaran con un chocolate. De este modo, perdían parte de las
calorías quemadas pero asentaban el hábito con una recompensa al final. Después
de seis meses, 58% más se habían vuelto corredores habituales comparados con un
grupo similar que no consumió la golosina. ¡En algún sentido somos como las
mascotas que necesitan recibir un premio cuando hacen algo bien! Mejor aún:
tras esos meses la mayoría había reemplazado la recompensa del chocolate por el
placer que brindan las endorfinas generadas por la propia práctica deportiva.
En el vertiginoso
mundo actual, las variaciones del contexto nos enfrentan con más frecuencia que
nunca antes a la necesidad de modificar nuestras costumbres. Pero no basta con
saber qué hay que cambiar. Es también esencial aprender cómo hacerlo. Entender
cómo funcionan nuestros hábitos es una herramienta esencial para lograrlo.