Nuevamente
un cuento corto de Roberto Fontanarrosa, extraído de “El Mundo ha vivido
equivocado” (Ediciónes De La Flor 1982)
Pablo
Tarso, nos hace una pequeña reseña en su página Café, las Letras y las Artes,
de la que extraemos:
Y de compadritos
“Upildio Vega te nombro” así empieza “Upildio Vega”. Un inicio que nos remite inmediatamente al comienzo de Facundo. Upildio Vega podría ser un gaucho, de quién el “Negro” nos va a contar su historia. Pero a pesar de que no será el caso, ese comienzo le da una entonación al cuento, un estilo de narración oral, al mismo tiempo que serio. “Upildio Vega te nombro” adelanta una historia que merece ser contada y escuchada.
La intertextualidad está presente. Es parte del juego de Fontanarrosa. Y es más bien a Borges a quien remite más bien el relato. Upildio Vega parece más un compadrito, esos orilleros sobre los que tanto ha escrito el autor de Ficciones y El Aleph. Upildio Vega tiene “cierta fama de guapo”, con faca en la espalda (no facón) y trabajador de frigorífico. Y no solo eso. Es el mayor de los hermanos. Como aquellos dos de “La intrusa”. Y como a aquellos dos, los divide una mujer. Pero aquí la reacción es distinta. Los Vega no actúan como los Nilsen.
Entre ellos no se hablan. Hay códigos que se han roto. Y la pelea se posterga sólo por no herir los sentimientos de la madre, una madre omnipresente como en el tango. Pero el enfrentamiento se acerca cada vez más, en la medida que avanza el relato, hasta llegar al genial desenlace.
“Upildio Vega” es un cuento corto, breve, pero con la potencialidad de la efectividad del cuento bien construido. El final bufo, propio de Fontanarrosa,es el que rompe esa línea inter-textual marcada en el relato, y le da una vida propia a esta zona de Fontanarrosa, con su particular forma de escribir y re-escribir algunos tópicos de la historia y la literatura.
Ulpidio Vega, te
nombro
Ulpidio
Vega, te nombro. Y de la apagada sombra de tu nombre rescato tu paso tardo por
el empedrado desprolijo de Saladillo y la cierta fama de guapo sin doblez que
te persiguió sumisa, como la silenciosa y tenaz fidelidad de un perro.
Quien
te vio alguna vez por el Bajo, no te olvida. De callada mesura, sombrío el
porte, mezquinabas palabras como si fueran monedas caras. Negros los ojos, en
la negrura misma que sobre la frente escasa te tiraba encima el ala apenas
curva de tu sombrero gris, tan conocido.
Ulpidio
Vega, te nombro. Y de tu nombre exhala un aliento a kerosén barato, a
bizcochito, a queso de rallar y vino tinto.
Aroma
de almacén, de cambalache, que tuvo tu pobre viejo laburante por calle San
Martín, casi en Tablada. Aroma a jabón pinche, a mate amargo, el mismo aquél
que te alcanzaba la mano cordial de doña Cata, tu pobre vieja, que se cansó de
mirar por la ventana.
Ulpidio
Vega, te nombro. Y se santiguan las cuatro esquinas bravas de Ayolas y
Convención, las que salieron tantas veces escrachadas en letra de molde cuando
algún fiambre aparecía tirado en esa encrucijada.
Rezan
de apuro las jovatas de memoria larga al recordar tu estampa de figura fina, el
caminar pesado, un gesto de disgusto en la cara aindiada y el cuerpo erguido
por la faca que atrás, en la cintura, te entablillaba.
Por
trabajar en el Swift te habían llamado «El Matarife de Saladillo».
¡Qué
te iba a impresionar a vos la sangre, Ulpidio Vega! Si día a día degollabas
animales y la cuchilla te era tan natural como un anillo, como un zarzo
sencillo en el meñique.
Pero
eran dos los Vega, Juan y Ulpidio. «El Vega chico» le decían al otro que
también trabajó en el frigorífico.
Y
por si fuera escaso el desmesurado coraje de Ulpidio en la pelea, el «Vega
Chico» era también de púa veloz, y sin entrañas.
De
negro los dos, siempre, aun de mañana.
Pero,
como suele suceder en estas cosas, Ulpidio se metió con una mina que se levantó
una noche de Carnaval en el Club Atlético Olegario Víctor Andrade. La mina era
una reventada que hacía copas en el Panamerican Dancing, frente a Sunchales, y
que ya le había borrado el estampadito floreado a las sábanas del Amenábar, de
tanto frote. Pero una hembra que pasaba y dejaba el aire como embalsamado de
perfume dulzón, y enardecido. Rosa se llamaba, y era justicia.
Ulpidio
Vega, te nombro. Y no me equivoco. Como se equivocó esa noche fatal la mina
aquella cuando por llamarte «Ulpidio», «Juan» te dijo.
¡Qué
oscura mano de destino cabrón los puso frente a frente, Ulpidio Vega!
¡Vos
y tu hermano, inseparables siempre, enfrentados por el cariño falaz de una
perdida!
Tiempo
estuvieron mordiéndose las ganas de agarrarse. De mirarse profundo, y sin
palabras. De medirse con odio. Y de no hablarse. Todo el barrio sabía del
bolonqui que rechinaba en los dientes de los Vega. Pero cuando más de una vez
saltó la bronca, y la faca apareció brillando en ambas diestras, algo los
amuraba al suelo y les clavaba la bronca a la vereda. Algo, que allá en la
casa, desde chicos les acariciara la frente, les planchara los lompa y les
dejara los botines bien brillosos cuando se iban de milonga a Central Córdoba.
Algo. La vieja.
«Si
no te mato» se lo dijo bien clarito Ulpidio a Juan «sólo es por ella». «Si no
te enfrío» le contestaba Juan, que no era lerdo «es por la vieja».
Y
así andaban los dos, encajetados, sin poder ni dormir, más que hechos bolsa. Y
encima la reventada de la Rosa les metía la cizaña de su labia, de sus promesas
vanas, de sus mañas.
Y
no se pudo más. Aquella noche Ulpidio y Juan llegaron puntualmente hasta el
campito. Era un potrero de pura tierra y matorrales que los mocosos usaban para
jugar al fulbo. Pero esa noche había luna. Y no era juego.
Ulpidio
peló una faca que tenía este largo. ¡Uy Dio, cómo brillaba la plata de la luna
sobre el filo helado del acero!
Y
Juan, Juan peló también tremenda púa que de verla nomás, te entraba miedo.
«¡Venite!»
«¡Vení
vos!» se supo después que se dijeron. Y fue cuando llegó doña Cata hasta el
campito, de pálido rostro, ojos sufridos, de manos apretadas y pañuelo negro.
Nunca se supo quién le pasó el dato. Tal vez, fue esa mágica intuición de madre
la que la llevó hasta allí en ese momento.
No
se oyó de su boca, una palabra. Y tampoco en sus ojos lágrimas se vieron. Pero
eso sí, sus manos agrietadas de lavar ropa ajena en el invierno, dibujaron en
el aire asustado de la noche, un gesto: se agachó, se sacó una zapatilla y lo
demás, frate mío, ni te cuento.
A
Juancito lo fajó hasta en el cogote, le deformó la sabiola a chancletazos, y le
sacudió tantos palos por el lomo que lo dejó mormoso al pobrecito. Contaban los
vecinos que lo oyeron, que tirado en el suelo, Juan rogaba y a la vieja pedía
perdón a gritos.
A
Ulpidio, de las crenchas lo cazó la vieja aquella, y le arruinó la jeta a
chancletazos porque le pegó media hora, de corrido.
Páginas
consultadas:
https://cafeletrasyartes.wordpress.com/2018/11/26/fontanarrosa-de-proceres-y-compadritos/
http://www.macacha.com.ar/relatos/hoy-ulpidio-vega-del-negro-fontanarrosa/
https://cafeletrasyartes.wordpress.com/2018/11/26/fontanarrosa-de-proceres-y-compadritos/
http://www.macacha.com.ar/relatos/hoy-ulpidio-vega-del-negro-fontanarrosa/
No hay comentarios:
Publicar un comentario