jueves, 17 de abril de 2025

CEOs y Gerentes: Marina Dal Poggetto de Eco Go Consultores

Hoy presentamos a Marina Dal Poggetto, Directora Ejecutiva de Eco Go Consultores, en un reportaje publicado en la Revista Forbes:

Dal Poggetto sostuvo que con el nuevo esquema cambiario "no se está saliendo del cepo"

La economista consideró que el anuncio del Gobierno significa otro paso de flexibilización de las restricciones pero no un levantamiento total del cepo.

La economista Marina Dal Poggetto, Directora Ejecutiva de Eco Go Consultores, discrepó con el anuncio del cambio en la política cambiaria de la administración de Javier Milei considerando que "no se está saliendo del cepo", sino que significa un paso más de flexibilización en las restricciones.

Al analizar el nuevo esquema cambiario, en una entrevista con el periodista Diego Iglesias en Radio con Vos, la economista sostuvo que "no se está saliendo el cepo sino que le están dando mayor flexibilidad a las personas humanas y las empresas".

En esa línea, aseguró que "el cepo se mantiene bastante en sintonía", aunque expresó que "sí le dan mayor flexibilidad en los pagos e importaciones" y a la vez, planteó que "vuelcan demanda que antes iba al dólar contado con liquidación, al oficial".

Asimismo, Dal Poggeto postuló que el esquema más flexible también incluye "el problema de flotar en año electoral con pocas reservas", al vincularlo "a una enorme cantidad de pesos con concentración de vencimientos en pesos muy grande".

En este sentido, consideró que "para que esto funcione, necesitas tener algún acceso a crédito y empezar a refinanciar los vencimientos de la deuda", asegurando que "si seguís pagando al contado los vencimientos de la deuda, en algún momento vas a tener un problema".

Al referirse al momento en el que se implementa la nueva política cambiaria, la consultora cuestionó que "el Gobierno presenta un cambio de régimen cambiario en mitad de una dinámica financiera muy compleja como si fuera una victoria, cuando el esquema apuntaba a tratar de mantener el tipo de cambio lo más anclado posible para llegar a las elecciones".

El esquema anunciado establece bandas de flotación que van de $1.000 a $1.400 por dólar, lo que de acuerdo al parecer de Dal Poggetto, tiene la intencionalidad de negar una devaluación, indicando que "son muy anchas por la necesidad de mantener la narrativa de que no se va a devaluar".

En ese marco, estimó que "esto cierra si el Banco Central empieza a comprar dólares", señalando que "la probabilidad de que lo haga, con un equilibrio entre el dólar y la tasa de interés, es alta". Al respecto remarcó que será necesario que el BCRA tenga "un grado de intervención al principio".

Fuente: Radio con Vos, Noticias Argentinas, X

 


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miércoles, 16 de abril de 2025

Datos INDEC: Canasta de Crianza (Marzo 2025)

La canasta de crianza durante marzo de 2025 se valorizó en: 

  • $409.414 para menores de 1 año. 
  • $486.393 para infantes de 1 a 3 años. 
  • $408.372 para los tramos de 4 y 5 años. 
  • $513.720 para niños, niñas y adolescentes de 6 a 12 años. 
 

 
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Datos INDEC: Generación de Ingresos (4° Trimestre 2024)

La participación de la remuneración al trabajo asalariado en el valor agregado subió de 44,9% a 45,2% entre los 4° trimestres de 2023 y 2024.

En el 4° trimestre de 2024, los puestos de trabajo aumentaron 0,6% interanual: los asalariados registrados disminuyeron 1,5%; mientras que los asalariados no registrados y los no asalariados crecieron 1,3% y 4,1%, respectivamente.

La participación de la remuneración al trabajo asalariado en el valor agregado bajó de 45,5% a 44,1% entre 2023 y 2024.





  

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Para reflexionar: Metodo Kaizen - LLevemos FODA hasta la META

 


martes, 15 de abril de 2025

FCE - UBA - Graduados que inspiran

Se viene el 1º Encuentro de  Graduados que Inspiran

Te esperamos el jueves 24/4 a las 19 h en la FCE UBA (Av. Córdoba 2122). 

Nos acompaña Eduardo Badano, DG de Arcos Dorados Argentina

Inscribite en MiECON – Cupos limitados. ¡No te lo pierdas!

Datos INDEC: Informalidad laboral (4° Trimestre 2024)

La tasa de empleo informal en 31 aglomerados urbanos fue de 42% en el 4° trimestre de 2024.

La tasa de empleo informal fue superior en jóvenes de hasta 29 años, en cuentapropistas y en las ramas de construcción y servicio doméstico en el 4° trimestre de 2024.

En el 4° trimestre de 2024, el 24,5% de la población ocupada de manera informal se desempeñaba en un puesto no calificado; y 10,2% entre la población ocupada formal.

Un cuarto de las mujeres ocupadas en condición de informalidad trabajaba en el sector hogares en el 4° trimestre de 2024.

En el 4° trimestre de 2024, el 64,2% de la población asalariada trabajaba en condición de formalidad; y el 5,9% lo hacía de manera informal con aportes propios.

En el 4° trimestre de 2024, el 3,8% de la población asalariada en condición de formalidad cobró una parte del sueldo de manera informal. 

 

 

 







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lunes, 14 de abril de 2025

Huellas: Cómo entrenar el liderazgo en la era de la inteligencia artificial - artículo

Les presentamos un interesante artículo publicado en el diario El Cronista, sobre el liderazgo y la Inteligencia Artificial. Leemos en el mismo: 

Lo que Federer me enseñó sin conocerme: Cómo entrenar el liderazgo en la era de la inteligencia artificial🎾

Siempre fui fanático del deporte. No por los trofeos ni por las estadísticas. Sino por el entrenamiento invisible, ese que no se ve en la televisión pero define la victoria. Como speaker argentino, suelo hablar de innovación, inteligencia artificial y transformación digital, pero hoy quiero contarte una historia diferente. Una que no se basa en haber conocido a Federer, sino en haberlo observado con ojos de líder.

Verlo jugar me hizo entender algo clave: el liderazgo se entrena como un saque decisivo. Cada movimiento suyo contiene lecciones de foco, toma de decisiones, adaptación al cambio, estrategia y disciplina. Y eso, exactamente eso, es lo que los líderes necesitamos hoy más que nunca: mentalidad de alto rendimiento en tiempos de disrupción digital.

Durante años trabajé con equipos, empresas, universidades y referentes de negocios. Pero fue frente a una cancha de tenis donde comprendí que el verdadero poder no está en la tecnología, sino en cómo elegimos usarla. Porque la inteligencia artificial puede ayudarte a automatizar procesos, predecir tendencias o diseñar experiencias… pero jamás va a reemplazar tu visión, tu propósito, tu capacidad de inspirar.

Hoy más que nunca, necesitamos líderes humanos en un mundo cada vez más digital. Que sepan leer datos, sí, pero también leer emociones. Que entiendan de algoritmos, pero también de vínculos. Que hablen de productividad, pero también de bienestar. Que no solo ejecuten estrategias, sino que construyan culturas.

🌎 Como speaker, mi propósito es acompañar a esos líderes en ese camino. Ayudarlos a encontrar su propósito, a redefinir su marca personal, a crecer sin perderse, a pensar como estrategas y actuar como entrenadores. Porque liderar hoy es estar en forma mental, emocional y tecnológicamente.

Federer me enseñó, sin saberlo, que el liderazgo del futuro se parece más a una cancha de tenis que a una sala de juntas. Hay que entrenar cada día, leer al rival, adaptarse a la superficie, encontrar el ritmo… y tener la valentía de jugar el punto decisivo.

 


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Datos INDEC: Canasta Básica (Marzo 2025)

Un hogar de cuatro integrantes necesitó $1.100.266,99 para superar el umbral de pobreza en marzo de 2025: 4% más que el mes previo y 42,3% interanual.


 

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Datos INDEC: Índice de Precios al Consumidor (Marzo 2025)

Los precios al consumidor aumentaron 3,7% en marzo de 2025 respecto de febrero y 55,9% interanual. Acumularon un alza de 8,6% en el primer trimestre. 

La división con mayor alza mensual en marzo de 2025 fue Educación (21,6%), escoltada por Alimentos y bebidas no alcohólicas (5,9%).

En marzo de 2025, Alimentos y bebidas no alcohólicas aportó la mayor incidencia sobre la variación mensual en todas las regiones del país.

En marzo de 2025, Noroeste fue la región de mayor suba mensual (4,3%), escoltada por el Gran Buenos Aires (3,9%).   

 


 

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Telxíone: Mario Vargas LLosa (1936 - 2025)

El abuelo es un cuento del escritor peruano Mario Vargas Llosa (1936 -2025), que fue publicado por primera vez en el diario El Comercio de Lima, en 1956. Pasó luego a integrar la colección de cuentos Los Jefes, del mismo autor (1959).

El abuelo

Cada vez que el viento desprendía una ramita o golpeaba los vidrios de la cocina que estaba al fondo de la huerta, haciendo ruido, el viejecito saltaba con agilidad de su asiento improvisado que era una enorme piedra y espiaba ansiosamente entre el follaje. Pero el niño aún no aparecía. A través de las ventanas del comedor, abiertas a la pérgola, veía en cambio las luces de la araña, encendida hacía rato, y bajo ellas sombras medio deformes que se deslizaban de un lado a otro con las cortinas, lentamente. El viejecito había sido corto de vista desde joven, y también algo sordo, de modo que eran inútiles sus esfuerzos por comprobar si la cena había comenzado, o si aquellas sombras movedizas las causaban los árboles más altos.

Regresó a su asiento y esperó. La noche anterior había llovido y la tierra y las flores despedían un agradable olor a humedad. Pero los insectos abundaban, y los esfuerzos desesperados de don Eulogio, que agitaba sus manos constantemente en torno del rostro, no conseguían evitarlos: a su barbilla trémula, a su frente, y hasta las cavidades de sus párpados, llegaban cada momento lancetas invisibles a punzarle la carne. El entusiasmo y la excitación que mantuvieron su cuerpo dispuesto y febril durante el día habían decaído y se sentía ahora cansancio y algo de tristeza. Tenía frío, le molestaba la oscuridad del vasto jardín y lo atormentaba la imagen, persistente momento atrás, de alguien, quizá la cocinera o el mayordomo, sorprendiéndolo de pronto en su escondrijo. “¿Qué hace usted en la huerta a estas horas, don Eulogio?”. Y vendrían su hijo y su hija política, convencidos de que estaba loco. Sacudido por un temblor nervioso, volvió la cabeza y adivinó entre los bloques de crisantemos, de nardos y de rosales, el diminuto sendero que llegaba a la puerta trasera esquivando el palomar. Se tranquilizó apenas, recordando haber comprobado tres veces que la puerta estaba junta, con el pestillo corrido, y que en unos segundos podía deslizarse hacia la calle sin ser visto.

“¿Si hubiera venido ya?”, pensó, intranquilo. Porque hubo un instante, a los pocos minutos de haber ingresado cautelosamente a su casa por la entrada casi olvidada de la huerta, en que perdió la noción del tiempo y permaneció como dormido. Solo reaccionó cuando el objeto que ahora acariciaba sin saberlo, se desprendió de sus manos golpeándole el muslo. Pero era imposible. El niño no podía haber cruzado la huerta aún, porque sus pasos lo habrían despertado, o el pequeño, habría distinguido a su abuelo, encogido y durmiendo, justamente al borde del sendero que debía conducirlo a la cocina.

Esta reflexión lo animó. El viento soplaba con menos violencia, su cuerpo se adaptaba al ambiente, había dejado de temblar. Tentando entre los bolsillos de su saco, encontró pronto el cuerpo duro y cilíndrico del objeto que había comprado esa tarde en el almacén de la esquina. El viejecito sonrió regocijado en la penumbra, recordando el gesto de sorpresa de la vendedora. El había permanecido muy serio, taconeando con elegancia, agitando levemente y en círculo su largo bastón enchapado en metal, mientras la mujer pasaba frente a sus ojos cirios y velas de sebo de diversos tamaños. “Esta”, dijo él, con un ademán rápido que quería significar molestia por el quehacer desagradable que cumplía. La vendedora insistió en envolverla, pero don Eulogio se negó, abandonando la tienda con premura. El resto de la tarde estuvo en el Club, encerrado en el pequeño salón del rocambor donde nunca había nadie. Sin embargo, extremando las precauciones para evitar la solicitud de los mozos, echó llave a la puerta. Luego, cómodamente hundido en el confortable de suave color escarlata, abrió el maletín que traía consigo, y extrajo el precioso paquete. La tenía envuelta en su hermosa bufanda de seda blanca, precisamente la que llevaba puesta la tarde del hallazgo.

A la hora más cenicienta del crepúsculo había tomado un taxi, indicando al chofer que circulara despacio por las afueras de la ciudad, corría una deliciosa brisa tibia, y la visión entre grisácea y roja del cielo sería más sorprendente y bella en medio del campo. Mientras el automóvil corría con suavidad por el asfalto, sus ojitos vivaces, única señal ágil en su rostro fláccido, lleno de bolsas, iban deslizándose distraídamente sobre el borde del canal vecino a la carretera, cuando de pronto, casi por intuición, le pareció distinguir un extraño objeto.

“¡Deténgase!” -dijo, pero el chofer no le oyó-. “¡Deténgase! ¡Pare!”.

Cuando el auto se detuvo y en retroceso llegó al montículo de piedras, don Eulogio comprobó que se trataba, efectivamente, de una calavera. Teniéndola entre las manos olvidó la brisa y el paisaje, y estudió minuciosamente, con creciente ansiedad, esa dura forma impenetrable despojada de carne y de piel, sin nariz, sin ojos, sin lengua. Era un poco pequeña y se sintió inclinado a creer que era de un niño. Estaba sucia, polvorienta, y el cráneo pelado tenía una abertura del tamaño de una moneda, con los bordes astillados. El orificio de la nariz era un perfecto triángulo, separado de la boca por un puente delgado y menos amarillo que el mentón. Se entretuvo pasando un dedo por las cuencas vacías, cubriendo el cráneo con la mano en forma de bonete o hundiendo su puño por la cavidad baja, hasta tenerlo apoyado en el interior. Entonces, sacando un nudillo por el triángulo, y otro por la boca a manera de una larga lengüeta, imprimía a su mano movimientos sucesivos, y se divertía enormemente imaginando que aquello estaba vivo…

Dos días la tuvo oculta en el cajón de la cómoda abultando el maletín de cuero, envuelta cuidadosamente, sin revelar a nadie su hallazgo. La tarde siguiente a la del encuentro permaneció en su habitación, paseando nerviosamente entre los muebles lujosos de sus antepasados. Casi no levantaba la cabeza: se diría que examinaba con devoción profunda los complicados dibujos sangrientos y mágicos del círculo central de la alfombra, pero ni siquiera los veía. Al comienzo estuvo muy preocupado. Pensó que podían ocurrir imprevistas complicaciones de familia, tal vez se reirían de él. Esta idea lo indignó y tuvo angustia y deseo de llorar. A partir de ese instante, el proyecto se apartó solo un momento de su mente: fue cuando de pie ante la ventana, vio el palomar oscuro, lleno de agujeros, y recordó que en una época cercana aquella casita de madera con innumerables puertas no estaba vacía y sin vida, sino habitada de animalitos pardos y blancos que picoteaban con insistencia cruzando la madera de surcos y que a veces revoloteaban sobre los árboles y las flores de la huerta. Pensó con nostalgia en lo débiles y cariñosos que eran: confiadamente venían a posarse en su mano, donde siempre les llevaba algunos granos, y cuando hacía presión entornaban los ojos y los sacudía un débil y brevísimo temblor. Luego no pensó más en ello. Cuando el mayordomo vino a anunciarle que estaba lista la cena, ya lo tenía decidido. Esa noche durmió bien. A la mañana siguiente recordaba haber soñado que una larga fila de grandes hormigas rojas invadía sorpresivamente el palomar, causando desasosiego entre los animalitos, mientras él, en su ventana, advertía la escena por un catalejo.

Había imaginado que la limpieza de la calavera sería un acto sencillo y rápido, pero se equivocó. El polvo, lo que había creído polvo y tal vez era excremento por su aliento picante, se mantenía soldado en las paredes internas y brillaba como metal en la parte posterior del cráneo. A medida que la seda blanca de la bufanda se cubría de lamparones grises, sin que fuera visible que disminuía la capa de suciedad, iba creciendo la excitación de don Eulogio. En un momento, indignado, arrojó la calavera, pero antes de que esta dejara de rodar, se había arrepentido y estaba fuera de su asiento, gateando por el suelo hasta alcanzarla y levantarla con precaución. Supuso entonces que la limpieza sería posible utilizando alguna sustancia grasienta. Por teléfono encargó a la cocina una lata de aceite y esperó en la puerta al mozo, arrancándole con violencia la lata de las manos, sin prestar atención a la mirada inquieta con que aquel intentó recorrer la habitación por sobre su hombro. Lleno de zozobra empapó la bufanda en aceite y, al comienzo con suavidad, luego acelerando el ritmo, raspó hasta exasperarse. Comprobó entusiasmado que el remedio era eficaz: una tenue lluvia de polvo cayó a sus pies durante unos minutos, mientras él ni siquiera notaba que se humedecían sus dedos y el borde de sus puños. De pronto, puesto de pie de un brinco, admiró la calavera que sostenía sobre su cabeza, limpia, luciente, inmóvil, con unos puntitos como de sudor sobre la suave superficie de los pómulos. La envolvió de nuevo, amorosamente. Cerró su maletín y salió precipitado del Club. El automóvil que ocupó en la puerta lo dejó a la espalda de su casa. Había anochecido. En la fría penumbra de la calle se detuvo un momento, temeroso de que la puerta estuviera clausurada. Enervado, calmo, estiró su brazo y dio un respingo de felicidad al notar que giraba la manija y que aquella cedía con un corto chirrido.

En ese momento escuchó voces en la pérgola. Estaba tan ensimismado, que incluso había olvidado el motivo de ese trajín febril. Las voces, el movimiento fueron tan imprevistos que su corazón parecía una bomba de oxígeno golpeándole el pecho. Su primer impulso fue agacharse, pero lo hizo con torpeza y se resbaló de la piedra, cayendo de bruces. Sintió un dolor agudo en la frente y en un sabor desagradable de tierra mojada en la boca, pero no hizo ningún esfuerzo por incorporarse y continuó allí, medio sepultado en las hierbas, respirando fatigosamente, temblando. En la caída había tenido tiempo para elevar la mano que aprisionaba la calavera de modo que esta se mantuvo en el aire, a escasos centímetros del suelo siempre limpia.

La pérgola estaba a cincuenta metros de su escondite, y don Eulogio oía las voces como un delicado murmullo, sin distinguir lo que decían. Se incorporó trabajosamente. Espiando, vio entonces en medio del arco de los grandes manzanos cuyas raíces tocaban el zócalo del corredor, una forma clara y esbelta, y comprendió que era su hijo. Junto a él había otra, más oscura y pequeña, reclinada con cierto abandono. Era la mujer. Pestañeando, frotando sus ojos trató angustiosamente, pero en vano de distinguir al niño. Entonces lo oyó reír: una risa cristalina de niño, espontánea, purísima, que cruzaba el jardín como un animalillo. No esperó más: extrajo la vela de su saco, juntó a tientas ramas, terrones y piedrecitas y trabajó rápidamente hasta asegurar la vela sobre la piedra. Luego con extrema delicadeza para evitar que la vela perdiera el equilibrio, colocó encima la calavera. Presa de gran excitación, uniendo sus pestañas al macizo cuerpo aceitado para verlo mejor, comprobó de nuevo que la medida era justa: por el orificio del cráneo asomaba un puntito blanco como un nardo. No pudo continuar observando. El padre había elevado la voz y, aunque las palabras eran todavía incomprensibles, don Eulogio supo que se dirigía al niño. Hubo en ese momento como un cambio de palabras entre las tres personas: la voz gruesa del padre, cada vez más enérgica, el rumor melodioso de la mujer, los cortos gritos destemplados del nieto. El ruido cesó de pronto. El silencio fue brevísimo: lo interrumpió como una explosión este último. “Pero conste: hoy acaba el castigo. Dijiste siete días y hoy se acaba. Mañana ya no voy”. Con las últimas palabras escuchó pasos precipitados, pero casi de inmediato dejó de oírlos.

¿Venía corriendo? Era el momento decisivo. Don Eulogio venció el ahogo que le estrangulaba y concluyó su plan. El primer fósforo dio solo un fugaz hilito azul. El segundo prendió bien. Quemándose las uñas, pero sin sentir dolor, lo mantuvo junto a la calavera, aun segundos después de que la vela estuviera encendida. Dudaba, porque lo que veía no era exactamente la imagen que supuso cuando una llamarada sorpresiva creció entre sus manos con un brusco crujido, como de muchas ramas secas quebradas a la vez, y entonces quedó la calavera iluminada del todo, echando fuego por las cuencas, por el cráneo, por los huesos de la nariz y de la boca. “Se ha prendido toda”, exclamó maravillado. Había quedado inmóvil, repitiendo como un disco: “fue el aceite, fue el aceite”, estupefacto y embrujado ante el espectáculo medio macabro, medio mágico de la calavera en llamas.

Justamente en ese instante escuchó el grito. Fue un grito salvaje, como un alarido de animal herido, que se cortó de golpe. El niño estaba delante de él, en el círculo iluminado por el fuego, con las manos retorcidas frente a su cuerpo y los dedos crispados. Lívido, estremecido de terror, tenía los ojos y la boca muy abiertos y estaba rígido y mudo y rígido, haciendo unos extraños ruidos con la garganta, como roncando. “Me ha visto, me ha visto”, se decía don Eulogio, con pánico. Pero al mirarlo supo de inmediato que no lo había visto, que su nieto no podía ver otra cosa que aquel rostro de huesos que llameaba. Sus ojos estaban inmovilizados, con un terror profundo y eterno retratado en ellos, fijamente prendidos al fuego y a aquella forma que se carbonizaba. Don Eulogio vio también que a pesar de tener los pies hundidos como garfios en la tierra, su cuerpo estaba sacudido por convulsiones violentas. Todo había sido simultáneo: la llamarada, el espantoso aullido, la visión de esa figura de pantalón corto súbitamente poseída de espanto. Pensaba entusiasmado que los hechos habían sido incluso más perfectos que su plan, cuando sintió muy cerca voces y pasos que avanzaban y entonces, ya sin cuidarse del ruido, dio media vuelta y a saltos, apartándose del sendero, destrozando con sus pisadas los macizos de crisantemos y rosales que entreveía en su carrera a medida que lo alcanzaban los reflejos de la llama, cruzó el espacio que lo separaba de la puerta. La atravesó junto con el grito de la mujer, salvaje también pero menos puro que el de su nieto. No se detuvo ni volvió la cabeza. En la calle, un viento frío hendió su frente y sus escasos cabellos, pero no lo notó y siguió caminando, despacio, rozando con el hombro el muro de la huerta sonriendo satisfecho, respirando mejor, más tranquilo.

 


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