martes, 3 de diciembre de 2019

Huellas: Las competencias de los empleados públicos del futuro -artículo


Un nuevo aporte que Carles Ramió nos acerca desde su Blog, que nos invita a reflexionar sobre el competencias de los empleados en el futuro, ambientado a la administración pública.

Las competencias de los empleados públicos del futuro

Va ser complejo vislumbrar las ocupaciones futuras de los empleados públicos humanos ya que el proceso de sustitución por los robots va a tener impactos muy profundos. Pongamos un ejemplo, muchos autores consideramos que los temarios de las oposiciones para los futuros empleados públicos humanos tienen que cambiar.  Gerardo Bustos (especialista en implementación de la robótica en las administraciones públicas) va mucho más allá: «toda la parte de los temarios que pueda superar un robot con más solvencia que un humano debe desaparecer». Esta afirmación posee unas grandes implicaciones ya que más del noventa por ciento de los actuales procesos de selección los podría culminar mucho mejor un robot que una persona. Quizás ahora, quedaría fuera del dominio de un robot la parte práctica, pero en pocos años ni ésta estará fuera de su potestad, tal y como está ahora planteada. Esto significa no solo que hay que replantearse el sistema de oposiciones sino repensar todas las futuras competencias que deberían atesorar los empleados públicos del futuro. Los especialistas en la materia ya nos van anunciando cuáles va a ser estas nuevas competencias: capacidad constante de adaptación y de aprendizaje, flexibilidad, creatividad, capacidad de trabajar en equipos multidisciplinares, capacidades en liderazgo e inteligencia emocional. Es decir, las nuevas competencias de los empleados públicos del futuro van a ser «competencias blandas».

Si analizamos los estudios sobre los nuevos trabajos y competencias profesionales de cara el futuro (O*Net, 2018 y Singulary University, 2018) llegamos a la conclusión que las competencias del futuro guardan relación con las destrezas humanas más básicas: saber leer, escribir, contar y hablar. Quien domine estas habilidades (mucho más complejas de lo que aparentan) jamás va a perder su puesto de trabajo ni en la Administración pública ni fuera de ella. Por saber leer se entiende la capacidad de conectar temas y ámbitos muy distintos (conocimientos sectoriales, económicos, jurídicos, sociales, organizativos, estratégicos, tecnológicos) tanto a nivel conceptual como a nivel numérico o matemático. Obvio que esta habilidad implica la capacidad de encontrar la información más relevante. Por saber escribir se entiende la capacidad creativa de generar nuevas ideas y de encontrar soluciones a los problemas y a los dilemas. Por saber contar implica que todo el mundo debería tener conocimientos de matemáticas aplicadas de carácter avanzado (estadística, diseño de algoritmos). También habría que añadir conocimientos teórico y prácticos en inteligencia artificial y en robótica. La competencia de saber hablar hace referencia a las habilidades comunicativas tanto en la capacidad de articulación de un discurso o relato robusto como en la capacidad de persuasión. Es decir, “competencias blandas” pero enormemente complejas. Es obvio que esto va a implicar transformar de una manera radical el sistema educativo en el que tiene que disminuir la lógica memorística (aunque no del todo) y abandonar los esfuerzos en algunas materias como, por ejemplo, el aprendizaje de varios idiomas (habrá en el futuro dispositivos traductores casi perfectos). En cambio, tendrán que ponderarse el trabajo en equipo, las capacidades de análisis, la capacidad crítica, creativa y de innovación, los contenidos multidisciplinares, introducir conocimientos en inteligencia artificial y robótica. También incorporar unas matemáticas asumibles en todos los niveles educativos desde el inicio hasta el final, sean los tipos de estudios que sean (humanidades, artísticas, etc.), como una materia troncal.  La otra formación o competencia adicional a las matemáticas será la filosofía. Los empleados públicos del futuro deberían tener una robusta y solvente formación en filosofía. «Nuestra vida entera estará volcada en las máquinas. Todo es posible, todo es factible, lo importante no es el qué podemos hacer si no el por qué y el para qué, la filosofía, la ética, el hacer las cosas sostenibles» (Rodríguez, 2018: 288), cómo afectan las acciones a las personas, a la humanidad. La tercera formación básica y transversal será la ética, es decir la orientación hacia el ser humano, lograr un enfoque para el aprovechamiento del poder de la inteligencia artificial para ayudar a las personas.

Por otra parte, hay que hacer referencia a las “otras” inteligencias que van a ser necesarias para los empleados públicos del futuro. Desde 1995 se ha hecho mucha referencia a la inteligencia emocional gracias a las aportaciones de Goleman (1996). Pero la literatura especializada ha ido definiendo otros tipos de inteligencias y sobresalen dos de cara a la adaptación de los empleados para poder adaptarse a las exigencias disruptivas de las tecnologías. Se trata, por una parte, de la inteligencia contextual y, por otra parte, de la denominada inteligencia inspirada (Shwab, 2016: 136 a 139). Por inteligencia contextual se entiende la capacidad y voluntad para prever las nuevas tendencias y lograr las conclusiones apropiadas. Este ingrediente será un requisito para la capacidad de adaptación y de supervivencia ante la cuarta revolución industrial. Con el fin de desarrollar la inteligencia contextual, quienes toman decisiones deben primero entender el valor de las redes diversas. Solo pueden afrontar niveles significativos de disrupción si están estrechamente conectados y bien relacionados. Solo reuniéndose y trabajando en colaboración con los líderes de las empresas, la sociedad civil y la academia es posible obtener una perspectiva holística de lo que está sucediendo. Las fronteras entre los sectores y las profesiones son artificiales y están demostrando que son cada vez más contraproducentes. En términos prácticos, esto significa que los líderes no pueden permitirse pensar en contextos reducidos. Su acercamiento a los problemas, a las cuestiones y los retos debe ser integral, flexible y adaptativo y atender a la vez a muchos y diversos intereses y opiniones. La inteligencia contextual requiere a empleados públicos con visión multisectorial tanto a nivel interno (mayor visión transversal) como en la esfera externa: empleados públicos que están en contacto con los actores y líderes clave extramuros de la Administración pública (universidades, centros de investigación, empresas y organizaciones sociales). La inteligencia inspirada se centra en alimentar el impulso creativo y elevar la humanidad a una nueva conciencia, colectiva y moral, basada en un sentimiento compartido de destino. Compartir en un clima de confianza es el elemento clave. La tecnología contribuye a avanzar hacia una sociedad centrada en el yo (la cultura selficéntrica tal y como la denomina Keen, 2016) y es una necesidad reequilibrar esta tendencia con un enfoque y un propósito común. Se trata, en definitiva, de una inteligencia muy necesaria para los empleados públicos ya que consiste en lograr que la innovación esté dirigida al bien común, al interés general y esto solo se consigue si se crea un clima de confianza y un ambiente de seguridad mutua entre la sociedad y las instituciones públicas.







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