lunes, 24 de diciembre de 2018

Telxínoe: Hernán Casciari II

En un reportaje Hernán Casciari (1957), nos cuenta:

Como que me fui dando cuenta de que no soy escritor en realidad, sino que me gusta contar historias, y que usaba una de las varias maneras de contar, que es escribir. Después me di cuenta de que también podía leer los cuentos, porque empecé a hacerlo en radio. No fue a propósito. Un día me ofrecieron leer en voz alta las cosas que escribía, me pareció ridículo como propuesta, pero me convencieron, y cuando lo empecé a hacer me empezó a gustar mucho. Elegir las palabras que tenía que cambiar para hacerlo más coloquial, editar esto que había nacido inicialmente para ser leído en voz baja, y editarlo para ser dicho en voz alta. Y todo eso me permitió encontrar una nueva forma de comunicarme que no tenía prevista. Una vez que hacerlo se me hizo natural, subirme a un escenario para hacerlo en directo fue como el paso siguiente, usar el cuerpo, además de la voz. En realidad es como una extensión de escribir, poder contar y hacer de cuenta que está ocurriendo todo otra vez, que es finalmente lo que se hace en el teatro. Empecé a darme cuenta de que, por ejemplo, en los silencios frente a un auditorio también hay cosas para decir o que un silencio más prolongado puede ser un adjetivo, para ser leído y emocionar. En la escritura ya me estaba dando la impresión de que había aprendido todo lo poco que se puede aprender, a adjetivar, a emocionar o hacer reír. En cambio, al hablar en voz alta o poner el cuerpo para contar una historia, todo es nuevo y hay que aprenderlo y es muy divertido aprender.



Otro cuento de Hernán Casciari, publicada en la Revista Orsai:

Escenas de Amor

No me gustan las escenas de amor en público por algo que le pasó a un amigo de la escuela a los doce o trece años. Se llamaba Gastón Cupi y me encantaba que me invitara a tomar la leche a su casa: era siempre una aventura. En mi casa todo era normal; Chichita y Roberto eran bastante adultos, o habían madurado pronto, y yo no les podía hablar de cualquier tema, ni mucho menos hacerles cierta clase de chistes. En cambio los padres de Gastón Cupi todavía no habían madurado tanto, eran viejos de treinta y pico pero parecían más jóvenes.

Escuchaban otra música y compraban otros muebles. Mis padres tenían muebles aburridos, marrones y bastante comunes. Los padres de Gastón tenían sillones de colores y mesas bajitas y velas prendidas. Mis padres oían a Palito Ortega. Los padres de Gastón escuchaban a Spinetta. Y además eran muy graciosos. No graciosos entre ellos y serios con el hijo, como en algunas familias, sino graciosos entre los tres. Se pasaban el día haciéndose chistes.

Me encantaba ir a esa casa.

Gastón Cupi, mi compañero, le sacaba la silla a la mamá para que se cayera de culo al suelo, el papá se ponía sangre con ketchup en la cara y se tiraba por las escaleras para hacerse el muerto, la mamá abría la boca y mostraba la comida masticada en la mesa para que los otros tuvieran arcadas, y terminaban siempre los tres muriéndose de la risa. Ellos mismos le decían «escenas» a esas actividades que hacían. Y empezaban con cualquier idiotez.

Por ejemplo, una vez descubrieron que Gastón no soportaba ver cosas de amor en la tele, ni oír cosas de amor: se tapaba los ojos, giraba la cara, o se iba del comedor haciendo «puaj» con muchas jotas. Estaba justo en la edad donde el amor da un poco de asco.

Cuando descubrieron esto, los padres de Gastón Cupi empezaron a hacer escenas de amor a propósito. Se decían cosas cursis en la mesa, como por ejemplo «te amo tanto, mi pedacito de canelón con salsa» y Gastón cerraba los puños, y apretaba los dientes, y revoleaba los ojos para todos lados. Un poco porque le daba repugnancia en serio, pero sobre todo para hacer reír a su mamá y a su papá.

Cuanto más romántica era la escena, más escándalo hacía Gastón.

El juego era solamente eso: ver quién inventaba la escena de amor más ridícula, y ver cómo Gastón se hacía el incómodo al verla.

Tenían muchas otras escenas, pero «las de amor» eran las más divertidas cuando Gastón tenía doce o trece años.

Con el tiempo Gastón se aburrió, o se quiso hacer el superado, y empezó a mirar las escenas de amor sin poner ninguna cara. Entonces los padres redoblaron la apuesta: se daban besos en la boca con lengua, o el papá le decía a la mamá «ay, qué lindas tetitas que tenés», o ella se hacía la sexy, y Gastón volvía a hacer caras y a decir «puaj» con muchas jotas.

Siempre fueron los tres muy graciosos.

Una vez estaban en una pizzería que queda en el centro del pueblo donde vivíamos todos. La mejor pizzería, siempre muy llena de gente en las mesas de la calle. Los padres de Gastón empezaron un escena de besuqueos, pero él se quedó con cara de piedra, sin mostrar asco ni nada.

El papá ya tenía una idea para cuando pasara eso. Se acercó a su hijo.

«Dame un beso en la boca, Gastón, te amo con mucha locura», le dijo, y la mamá escupió la cocacola por la nariz de la risa que le dio.

Gastón también quería reírse, pero se aguantó. Fue tan bueno el chiste del padre que, como premio, Gastón puso una tremenda cara de asco, como de chupar limón. Cuando la mamá fue al baño a limpiarse la mancha de cocacola, no vio que en la mesa de atrás comían pizza dos policías. Gastón y su papá tampoco los vieron, porque seguían metidos en sus personajes:

«Dame un beso en la boca, quiero tu lengua en mi esófago», decía el padre, y le agarraba la cara al hijo con las dos manos, acercándole la trompa. Para peor, el papá de Gastón era barbudo.

Y Gastón, concentrado en su papel, gritaba:
«¡Me da asco, señor, qué pretende usted de mí!».

El chiste hubiera sido genial, pero los dos policías no conocían las escenas de amor de la familia Cupi, y como pensaron que Gastón estaba en peligro de verdad, uno de los policías desenfundó su arma y el otro se tiró encima del papá de Gastón para meterlo preso. Fue un desastre.

Cuando la mamá volvió del baño vio a su marido con las manos contra la pared, un montón de gente alrededor haciendo que no con la cabeza, y a Gastón gritando:
«¡No le hagan nada! ¡No es un extraño, es mi papá!».

Esa explicación hizo enojar todavía más a los policías. ¡Cómo un padre va a querer besar en la boca a su propio hijo! Y esposaron al papá de Gastón. La gente empezó a mover la cabeza más fuerte y decían todos «qué barbaridad» como si fueran palomas.

La mamá llegó jadeando del baño:
«¡Estamos los tres de acuerdo!», dijo, «¡es una cosa que hacemos siempre!».

Al oír eso, uno de los policías dio un paso al frente y esposó también a la mamá. Gastón miraba todo llorando:
«¡Mis papás se besan solamente entre ellos, a mí no me besan nunca!», gritó el chico.

Y todas las palomas dijeron «ohhhh» con grandísima compasión, y miraron con mucha más rabia a los padres.

Gastón no sabía cómo explicarlo mejor:
«¡A veces papá le toca las tetas a mamá adelante mío, pero es para que me dé asco, es un juego que tenemos!», sollozó.

Y eso fue la gota que colmó el vaso. De pronto se levantó una señora que estaba en la pizzería y dijo, mientras mostraba una credencial:
«Soy asistente social, hay que llevar a este niño a un orfanato… ¡urgente!».

La señora se acercó a Gastón, lo envolvió entre sus brazos para que no tuviera frío, y mientras los policías metían a los papás en un patrullero, la señora le dijo a Gastón:
«Vos no te preocupes por nada, mi vida», y le dio un beso lleno de ternura, y de maquillaje, y de restos de pizza cuatro quesos.

Y ese beso a Gastón sí le dio muchísimo, pero muchísimo, pero muchísimo asco.



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