martes, 29 de septiembre de 2020

Huellas: Administración y Coronavirus

El siguiente es un artículo publicado en el Blog esPublico, donde se tratan problemas referidos a la administración pública española y que contiene artículos de interés que nos ayudan a reflexionar sobre nuestras realidades, en este caso hemos seleccionado un artículo de Víctor Almonacid Lamelas: ¿Qué podemos esperar de/en la Administración cuando finalice la crisis del coronavirus?, que en medio de los problemas que la pandemia le estaba ocasionando a España, el artículo se publicó a finales de marzo, nos invitaba a analizar el día después de todo lo vivido.

Leemos en el artículo:

¿Qué podemos esperar de/en la Administración cuando finalice la crisis del coronavirus?

“No son los más fuertes de la especie los que sobreviven, ni tampoco los más inteligentes. Sobreviven los más flexibles y adaptables a los cambios” (Charles Darwin)

Bien, ante todo debo dejar claro que no tengo una respuesta “a ciencia cierta” para esta pregunta, ya que las variables son demasiadas y demasiado importantes en este momento: ¿cuánto durará esta situación? ¿Cuál será su impacto real sobre la economía? ¿Y sobre la sociedad? Y muchas otras sin olvidar la que probablemente más nos inquieta a todos: ¿Volverá este virus u otro peor?

Yo me hago, además, otra pregunta, una de puertas hacia dentro de la Administración: ¿cambiarán algunas actitudes? Y es que considero esta la pregunta clave, porque es muy cierto que el destino nos ha lanzado una indirecta imposible de esquivar para que mejoremos la organización y el funcionamiento de nuestras entidades públicas, pero para que este impulso tecnológico-telemático sin precedentes (teletramitación de los usuarios y teletrabajo de los empleados) no sea flor de un día y quede consolidado, y para que además se traduzca en una mejora real en la eficacia, la eficiencia e incluso la excelencia, los amantes de la burocracia extrema deberán quitarse la venda, eso en primer lugar, y reconocer que estaban equivocados o al menos rectificar, después. Y creo sinceramente que algunos no van a querer y/o saber hacerlo. En consecuencia, y en el peor de los escenarios, cuando todo esto acabe volveremos a las andadas.

Pero no habríamos aprendido nada. Porque nos ha ido mal, ciertamente mal, con el actual modelo. No estábamos, en absoluto, preparados. Nuestra cultura de lo urgente por encima de lo importante carece completamente de robustez para afrontar situaciones de gran dificultad. Como indicaba ayer el siempre atinado Rafa Jiménez Asensio en su blog: «No es ninguna casualidad que sean precisamente Italia y España, con sus enormes debilidades político-institucionales y administrativas (por no hablar de las financieras), los países europeos dónde, por ahora, se está cebando más la destrucción del virus. Invertir en un modelo de fortalecimiento institucional en sus múltiples facetas o dimensiones (especialmente, en lo que afecta a reforzar las capacidades institucionales y organizativas, la anticipación y prevención de riesgos, la gestión eficiente, la administración digital, los datos abiertos y la protección de datos, así como corregir la política errática e inútil de gestión de recursos humanos en el sector público, etc.), comienza a ser un reto inaplazable.  También el liderazgo contextual es eso. Liderar ese cambio».

Pero en lo peor de la crisis (aunque, ojo, podría empeorar) se observan, es más, se evidencian más que nunca, las carencias más graves de algunos perfiles de lo público, sin aptitud, sin actitud, inadaptables según la teoría darwiniana, ciegos a la realidad, acomodados bajo unos procesos que consideran inamovibles, e incapaces de interpretar el contexto y ponerlo en relación con la ética, la vocación, el servicio, y otros principios y valores de lo público. También se visualizan más que nunca las patologías organizativas de la Administración, todavía diseñada a imagen y semejanza de los burócratas convencidos que concibieron un modelo de “cabos atados” que resulta absolutamente inservible en un contexto en el que el único camino posible es asumir determinados riesgos y seguir adelante, avanzando, desde la flexibilidad, la eficacia y la ética.

Pese a todo, pensamos, o quizá más bien deseamos, que esta situación suponga, a la postre, una oportunidad. Una que no se desaproveche. Otras situaciones negativas han impulsado en el presente siglo la administración electrónica en sus distintas facetas. La crisis de 2008 puso en valor esa vertiente de ahorro burocrático y económico implícita en la tramitación electrónica. Por su parte, ante la explosión de los numerosos e indecentes casos de corrupción, se entendió que un buen antídoto era la implantación de un procedimiento trazable, rastreable y por supuesto transparente. Y de repente llega el coronavirus, capaz de colapsar un país que, cogido por sorpresa, se ve obligado a poner a prueba sus recursos del presente y demostrar, ante una adversidad muy real más allá de simulacros, hasta qué punto estaba al menos mínimamente preparado. Y no lo estaba, salvo honrosas excepciones que hemos visto más en la privada y menos en la pública, con la importante excepción de nuestra maravillosa Sanidad. Pero no estábamos preparados, insisto, porque de lo contrario esta situación no nos habría hecho tanto daño, y yendo más a lo funcional, no hubiéramos tenido tantos problemas en teletrabajar (los empleados públicos), y teletramitar (los ciudadanos y otros usuarios). ¿Tan difícil es entender el concepto “oficina remota”? Muchas medidas se han tomado deprisa y a la desesperada, y tras la crisis habrá que ver hasta qué punto son válidas y susceptibles de ser consolidadas.

Y aunque es duro decirlo (pero hay que hacerlo, porque también son tiempos duros), esta crisis ha puesto en evidencia lo que era un secreto a voces: hay empleados públicos necesarios, es más, absolutamente imprescindibles, y otros que, diciéndolo una manera muy sutil (quizá demasiado), no. Y es que estamos viendo estos días qué es de verdad el servicio público, y qué no lo es. Hemos visto funcionarios que no están prestando ningún servicio, y que ni están (ni tele están) ni se les espera, mientras que otras personas, no sólo médicos y policías sino muchas de ellas integrantes de la sociedad civil, profesionales como camioneros o trabajadores de supermercados o simplemente personas particulares que se han ofrecido a hacer cosas por los demás, sí están siendo, más allá de toda duda, un servicio público. El concepto de lo público cambia a gran velocidad. Ha hecho más por el interés general estos días una persona mayor confinada que haya podido coser cien mascarillas en su casa, que algunos empleados públicos durante toda su vida. No podemos seguir manteniendo en puestos de “jefe” a burócratas ociosos que esperan de brazos cruzados cualquier atisbo de iniciativa o de innovación para tumbarlo con su interpretación restrictiva del párrafo 3º del art. 135 bis de un Reglamento preconstitucional. Esto debe cambiar inmediatamente o no resistiremos el próximo envite. Parece ser que el coronavirus afecta especialmente a las personas mayores. La Administración Pública española está muy mayor.

Mientras tanto, lo más importante a corto plazo es lidiar con esta situación extrema. Están siendo momentos muy tristes, en lo más razonable y lo más ético es seguir adelante, aportar (cada uno desde su rol) e intentar estar a la altura de las circunstancias. Y es que últimamente no sólo se han agudizado las diferencias entre productivos y rémoras, sino también las que separan a los empleados comprometidos y con verdadera vocación de servicio público, de los que simplemente estudiaron (o no) para tener un empleo fijo con una nómina segura, y a partir de ahí “que se mueran los feos”.

Y de repente se replantean, también lo observaba Jiménez Asensio, los ODS. La llamada Cuarta Revolución Industrial está siendo muy extraña. Hoy en día es prácticamente imposible ser un experto en nada, por eso me sorprende la osadía de los que hablan de conceptos como blockchain o los algoritmos sin mostrar un ápice de cautela o humildad. Yo aún estoy estudiando estas cosas, y admito que no me siento completamente seguro ni siquiera con la administración electrónica, a pesar de llevar veinte años trabajándola. El concepto de lo público sigue cambiando a cada momento. Personalmente me replanteo casi a diario conceptos como Smart City. Uno de sus paradigmas, por cierto, es el medio ambiente, la sostenibilidad, hasta el punto de que se habla de Green City. Es curioso; estos días estamos observando imágenes de vías urbanas y carreteras casi desiertas, en las que no se ven prácticamente coches. ¿Cuánto habremos contaminado durante el estado de alarma? Quizá las mejores políticas públicas no consisten necesariamente en hacer cosas nuevas, sino en no hacer alguna de las cosas que estábamos haciendo mal.

 



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